En aquella mañana de mayo de 1926,
de vuelta del mercado hacia casa Chu-Li oye un par de detonaciones no muy lejos
y se detiene azorada. Al punto cae desplomada junto a ella una paloma que lleva
inserta en una pata un papel enrollado en una cinta azul. Mira adelante y
atrás, a izquierda y derecha y no ve a nadie. Con el corazón en un puño desata
a toda prisa el cordón y toma el papel. Calle abajo, dos guardias de
gris con estrella roja le gritan haciendo señas para que se detenga. Ella,
olvidando la cesta con verduras y frutas huye despavorida. Se introduce por un
estrecho callejón corriendo desaforadamente hasta que una puerta se abre
sigilosamente y alguien le señala:” por aquí”. Penetra en una oscura estancia.
Sus ojos buscan a través de la oscuridad la voz que, de momento, parece estar
de su favor, aunque el miedo no la abandona. Un candil de tenue resplandor le
muestra la silueta de un hombre de unos treinta años, esbelto y de una altura
prominente. Este, con el dedo en los labios a modo de “silencio”, agita una
mano con ademán de que le siga. Obedece y los dos caminan por un pasillo oscuro
que desemboca en una escalera desgastada. Una vez abajo, hay una especie de
corral y al fondo otra puerta estrecha. Antes de llegar a ella, el hombre toma
a la joven por un brazo y la lleva junto a una ventana estrecha donde se cuela
la luz del sol.
-
Por favor, ¿me entrega el mensaje? Yo soy su
destinatario.
La voz es grave. Por la forma de
hablar, quien lo hace no es chino, aunque conoce el idioma a la perfección. Sus
ojos son azules y el cabello rubio oscuro. Su boca define unos labios finos que
dibujan una débil sonrisa. Perpleja ante tal aparición y no menos por la
petición del extraño, exclama:
-¿Y por qué tengo que creer que
es Ud. el destinatario?
- Si lo abre, verá que va
dirigido a Philippe Ducroix, que soy yo.
Chu-li despliega el rollo y
constata que, efectivamente, no está escrito en chino, y que hay una palabra,
que no conoce, pero que debe indicar el nombre que ha escuchado. Aun y todo se
resiste y no suelta el papel.
-
Eso no prueba que sea suyo, y Ud. puede utilizar
mi desconocimiento para aprovecharse de mí, que me he jugado la vida.
-
¿Y por qué lo ha hecho, si a Ud. no le incumbe? ¿Ha
escapado del Ejército Rojo para nada? ¿De qué bando está Ud., de los
nacionalistas o de los comunistas? Está claro, que si huye de la estrella roja
Ud. está a favor de los nacionales, es decir, de Chiang Kai-shek.
-
Eso no es cierto; debe de saber que yo tomé
parte en el levantamiento de la
-
“Cosecha de Otoño”, dirigida por Mao Zedong…
-
¿Me puede explicar entonces por qué escapa de
sus partidarios?
-
¿Qué sabe Ud. de China? ¿Acaso piensa que en
esta provincia de Cantón, aquí en Shantou
somos únicamente de un bando? ¿Y Ud., qué está haciendo aquí, a qué ha venido
exactamente, no es un espía ruso?
-
Se equivoca. Soy un ciudadano francés, y no he
venido a favorecer a ninguno de los dos bandos.
-
Entonces, ¿quién y por qué le envían mensajes
secretos?
Philippe, quien a partir del
inicio del interrogatorio había mantenido firmeza y cierta arrogancia, se
entristece y confiesa:
-
Verá, mi padre está preso en Wuhan, acusado de
infiltrarse y ser espía de los nacionalistas. Me temo que vayan a ejecutarlo si
no demuestro que no lo es.
-
¿Lo es? ¿Lo sois? ¿Qué sois realmente, por qué
estáis aquí?
-
¿Nosotros? ¡Somos panaderos! Sólo hemos venido a
enseñar unas recetas exclusivas de unas
variedades francesas de pan, solicitadas por el gobierno ruso.
-
¡El gobierno ruso! Ellos juegan con los dos
bandos, y sólo buscan beneficiarse de unos y de otros –Chu-li muestra sus
dientes y entrecierra los ojos.
-
Tienes razón. No conozco tu nombre …
-
Me llamo Chu-Li
-
Está bien, Chu-Li. Pero no comprendo cómo te
irrita el hecho de que os aliéis unos y otros con los soviéticos, a pesar de
sus supuestos intereses, y entre vosotros entabléis una guerra civil, cuando
ambos tenéis un enemigo común, que es el nipón…
-
¡Ah, ya entiendo ahora: vosotros, tanto los
americanos como muchos europeos estáis en contra de los japoneses, y por eso
aprobaríais que combatiéramos contra ellos ¿no?
-
No es así. Las guerras no debieran de existir.
-
Ya, pero existen los intereses. Mira, por
ejemplo, los colonialismos, que son fruto del egoísmo y ambición desmedida.
¿Qué sabes tú de la necesidad y del hambre? Yo no te he dicho aún de qué bando
estoy, pero cuando escasea el alimento y ves a otros enriquecerse con los bienes
del pueblo apoyas cualquier revuelta en nombre de la justicia.
Philippe observa el rostro
revolucionado de la joven. La crispación es patente, pero aún así advierte que
es bonita y que a pesar de su juventud conoce las carencias que oprimen a gran
parte del pueblo chino. Callan un instante y abandonan todo apasionamiento
defendiendo posturas.
-
No sé qué decir –rompe Philippe el silencio- No
sé si hicimos bien o mal viniendo aquí mi padre y yo. Obedecimos a nuestro
entusiasmo por dar a conocer nuestras novedades y extender así un producto que
amamos, que es el pan. No teníamos otro interés. Ahora me veo en esta grave
situación y sólo deseo recuperar a mi padre. Los panaderos rusos que nos
hicieron venir no han logrado convencer a los mandatarios comunistas de que no
es un espía. ¡No sé qué puedo hacer!
-
Es complicado, si. Aunque… quizás…
-
Quizás ¿qué? Podrías tú hacer algo? ¿Conoces a
algún mandatario relevante?
-
Podría ser – responde cerrando los ojos con
cierta mueca de desagrado.
-
¿Quién es?
-
Es un general muy amigo de Mao Zedong. Hace
tiempo que viene proponiéndome salir con él, pero nunca me ha agradado. Es un
tipo brutal y mujeriego y por eso le he rechazado siempre. Pero admito que él
sí podría conseguir la libertad de tu padre si…
Philippe
está perplejo. Cuando se repone de la sorpresa exclama:
-¡No
puedo consentirlo! No, no así Chu-li.
-¿Conoces
otro modo?
-
¿Y por qué te sacrificarías por mí, que soy un extraño?
-
Porque tú también lo has hecho por mí, abriéndome la puerta.
-
Sí, pero yo también lo he hecho para recoger el mensaje.
-Ya,
y porque tienes una razón importante, que es la vida de tu padre. No sois
culpables del contencioso de nuestra tierra, y es preciso actuar con urgencia.
Intentaré que me escuche Zhu De, el general de quien te hablo.
-
No quiero riesgos para ti ni para los tuyos.
-
Esta es nuestra tierra, aunque no somos dueños de nada, sino de la fatalidad a
la que nos arrastran los poderes. Sólo quien tiene necesidad es capaz de
apostar, porque no tiene mucho que perder. Y ahora me voy.
Otea
con precaución la calle que está solitaria y silenciosa. Sale sigilosamente y
desaparece calle abajo. Philippe se queda contemplando la grácil figura que se
esfuma como una exhalación. Luego se queda absorto con el mensaje en la mano
que relee con más atención. Lo firma Yuri, un ruso que le informa que su padre
se encuentra bien, pero temen vaya a ser ejecutado cualquier día. Luego
rememora la mirada dulce y penetrante de Chu Li. Unos ojos oscuros dentro de un
rostro redondo de marfil, con una boca casi infantil, y un cabello azabache y
liso cayendo en cascada sobre sus hombros…
Es
mediodía. Luego cae la tarde y por fin llega la noche. No sabe por qué, pero se
siente sumamente azorado. Apenas ha probado bocado y tan sólo toma te y frutas.
Son las diez de la noche y no siente sueño. Ling, la dueña de la casa y que
hace las veces de asistenta, le invita amablemente a sentarse con ella. Los dos
hablan del acontecimiento ocurrido. Ella trata de serenarle y de que no pierda
la esperanza. Hacia las once se despiden y cada uno va a su habitación con
deseo de entregarse al sueño. Este se resiste dentro de la persona de Philippe,
hasta que pasado un tiempo prolongado pierde la noción y duerme exhausto. Sin
embargo, dos horas más tarde, unos golpes en la puerta lo sobresaltan. A
continuación escucha la voz de Ling.
-
¡Señor Philippe! ¡Levántese, por favor, que
preguntan por Ud!
Efectivamente,
se viste a toda prisa y baja. Hay dos guardias rojos que, para su asombro, se
cuadran ante él y lo saludan.
-
Sentimos interrumpir su sueño, señor, pero
tenemos órdenes del general Zhu De para que comparezca con la mayor celeridad.
Montan
los tres dentro de un vehículo y se dirigen ante la comisaría del ala
comunista. Una vez allí, se introducen hasta la sala donde les aguarda un
militar de unos 35 años, corpulento, de rasgos endurecidos y mirada semicerrada
que sonríe socarronamente.
-
Chu Li me ha comentado que su padre se halla en
prisión en Wuhan, y parece ser que ha habido un malentendido, porque Udes. sólo
pretenden fabricar pan ¿no es así?
-
Efectivamente, señor. Somos ajenos al
contencioso que se vive aquí en China.
-
Entonces, si es excarcelado ¿no tendrán
impedimento para marcharse de aquí para no volver?
-
¡Por supuesto que no! ¿Van a liberarlo?
-
Lo haremos esta mañana. Mis hombres le acompañarán hasta la ciudad, pero esta
misma tarde tomarán el barco que les llevará fuera de China ¿me ha comprendido?
-
Claro –responde Philippe un tanto sorprendido por la prisa de su interlocutor.
¿Puedo al menos disponer de una hora para recoger mi equipaje?
-Sólo
una. Que tengan un feliz regreso.
A
modo de despedida le muestra la puerta para luego entregarse a sus papeles.
Salen. Luego todo es una sucesión tal como ha
sido planteada en la oficina. Recoge el equipaje, se despide de la casera a
quien promete escribir. El coche lo conduce nuevamente hasta la ciudad de Wuhan
y de allí directamente ante la prisión. Espera en una sala hasta que aparece su
padre, demacrado, con marcadas ojeras pero con una sonrisa que expresa la mayor
alegría y emoción. Encuentro entrañable y abrazo interminable. Comen en una
posada humilde y dos horas más tarde los dos guardias, que no se han separado
de ellos, los acompañan al puerto con los pasajes. Se introducen en el barco
hasta que la sirena da la señal de partida. Philippe murmura: “Adios, China.
Adios, Chu Li. Muchas gracias por todo. ¿Cómo lo has hecho?.
Ya
en Francia, padre e hijo retoman su vida. La panadería es su mundo y parece que
el recuerdo de la prisión se restaña. Pero no es así en cuanto la memoria de
Philippe le devuelve los negros ojos, las palabras apasionadas de Chu Li y
finalmente su mirada derrotada en el momento de tomar la drástica decisión.
Realmente, le debe mucho a esta chica. Pero hay algo más, algo que no puede
borrar. Su imagen no se empaña, como debiera suceder, teniendo en cuenta la
enorme distancia y lo culturalmente opuestos que son. Ya escribió a la señora
Ling, pero no ha tenido respuesta. Han pasado diez meses.
Pero
hoy si, hoy el cartero ha depositado una carta con matasellos chino. Es Ling.
Abre inmediatamente la carta y lee:
“Estimado
Sr. Philippe: me alegra mucho que su padre y Ud. se encuentren bien y hayan
recuperado la normalidad y placer de un trabajo tan hermoso como debe ser el
suyo. No pueden imaginarse la suerte que tienen de disfrutar del bienestar de
poder ganarse la vida sin las agitaciones que padecemos aquí en China,
sufriendo mil precariedades y una desconfianza sin límite por parte de ambos
bandos e incluso por parte de nuestros propios vecinos. Me pregunta por la
señorita Chu Li y tengo que contestarle que la desafortunada, cuando sus padres
supieron de su embarazo la echaron de casa y ha estado sirviendo en casa de un
dignatario de la ciudad. Dicen que se
vio al general Zhu De frecuentándola al poco de irse Ud., pero cuando éste
supo que esperaba un hijo pidió traslado a otra región y ya no quiso saber de
ella. El miserable pronto la olvidó para ir tras jovencitas de físico
agraciado. Chu li ha sido madre de un hermoso niño de rasgos semejantes a ella
y muy sano. Conozco a la familia a quien sirve y puedo asegurar que es discreta
y bondadosa. ¿Desea algún recado para esta joven? Creo que estaría encantada de
tener alguna noticia sobre Ud, pues pocas alegrías conoce, fuera del niño al
que quiere con locura.
Espero
su carta hasta una próxima ocasión. Suya: Ling.”
Philippe
lee y relee la carta de Ling. No sale de su perplejidad imaginando la
desventura y al mismo tiempo la ventura de la pobre Chu Li. ¡Y pensar que todo
lo acontecido ha sido debido a la salvación de su padre y la de él! Pero sobre
todo porque no ha podido desarraigar su pensamiento ni el sentimiento que lleva dentro de él. La quiere.
La quiere, si. ¿Cómo es posible? Pues lo es. Ni la distancia, ni la cultura, ni
el bienestar que ahora goza en su París natal, con sus masas, panes, bollerías
y un entorno afable de clientela de barrio han podido desechar ni olvidar esa
carita redonda con esos ojos penetrantes y cautivadores. Sí, es preciso responder
a la gentil Ling. Y lo hace así:
“Muchas
gracias, encantadora Ling. Sólo voy a decirle a Ud. y quiero que así lo transmita
a Chu Li lo que sigue: Volveré; y lo haré cuanto antes”. Philippe.
Y,
efectivamente. Al cabo de seis meses, Philippe regresó. Pero antes, visitó la embajada china en París
afirmando que el hijo de Chu Li era suyo, y que pensaba contraer matrimonio con
la madre. En dicha embajada le respondieron que, de estar de acuerdo la madre
no era obstáculo celebrar dicho matrimonio. Por lo tanto, obtendría un visado
de un mes para viajar a China. Así lo hizo, y se personó en casa de Ling, quien
lo recibió alborozada. Más tarde le condujo a la morada donde Chu Li trabajaba.
Entraron y allí estaban la madre y el niño- Cuando ésta lo vió se quedó muda
ante la sorpresa. Philippe la tomó suavemente de la mano y le dijo:
-
Es un niño francamente hermoso. He venido porque
deseo casarme contigo. He alegado que el niño es mío. Lo haríamos por el rito
chino, y dentro de un mes por el rito cristiano-católico, que es el mío.
Dispongo de un mes. ¿Qué respondes?
Chu
Li queda estupefacta. Finalmente dice:
-
Sr. Philippe, estoy sumamente confundida. Su
propuesta es muy generosa, pero apenas le conozco, y me apenaría mucho
abandonar mi tierra…
-
Aunque vinierais a Francia, conservaríais la
nacionalidad china. Viviríamos en París y yo te enseñaría el oficio de la
panadería. Es cierto que nos conocemos muy poco, pero a mí me ha bastado esta
corta pero singular experiencia contigo para asegurarte que si me aceptas seré
un hombre feliz y prometo hacer cuanto sea necesario para que tú también lo
seas. Además, vendremos a este lugar todos los años.
Chu
Li. Sonríe y toda su carita se ilumina. Philippe la besa suavemente.
Y
así sucede. Se casan por el rito chino, y al mes siguiente, al regreso, Philippe muestra a la nueva esposa cual es su
nuevo hogar y la vida que le espera.
Celebran asimismo la boda cristiana, con gran regocijo del padre de Philippe,
quien no cesa de alabar a la nueva hija y queda entusiasmado con el retoño
chino.
Chu
Li queda nuevamente embarazada. Será una niña. Con un cutis claro, rubia y de
ojos tan azules como los de su padre.
Y
así, de año en año se les ve a los cuatro emprender viaje rumbo a China. Llegan
cada víspera del Año Nuevo Chino a casa de Ling, quien les aguarda como una
madre. Sí, porque, en una fiesta tan especial, sobre todo los dos niños,
disfrutan sobremanera montando en un carro atiborrado de paja y encima de ésta van
depositadas varias cestas con panes para
llevarlas como presentes a la plaza mayor del pueblo y repartirlos a todos los
lugareños. Con este gesto se rememora el primer encuentro y el motivo que unió
a Philippe y a Chu Li con la paloma, porque cada pan esconde un mensaje de paz
y felicidad, la que ahora goza nuestra pareja.
(Esta
es la foto que muestra el mes de marzo la fotografía de Taberna)
FIN
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