miércoles, 2 de septiembre de 2015

Tierra roja



Desayuna tranquilo uno a uno los trozos de abacaxí, mamão y manga. No tiene prisa, hoy sólo debe accionar un aparato y acabar con el asunto de una vez por todas.

La gente lo sabe sin saberlo. Él puede hacerlo y a nadie le importa. Tiene el poder, puede compartirlo pero le da igual hacerlo o no. Él tiene el poder y va a ejercerlo. Va a terminar con todo de una vez.

Sale en su cuatro por cuatro a toda prisa. Las polvorientas rutas cubren el coche blanco de un rojo intenso. Mira por el retrovisor y ve como detrás de sí desaparece completamente la visión nublada por una lluvia de polvo que anega la luna trasera. La carretera es irregular, sube y baja como una anguila nerviosa. Y es roja, muy roja, desgraciada y asquerosamente roja como el interior de las personas, piensa mientras conduce en cuarta velocidad para aumentar la tracción.

No necesita llegar pronto, no necesita correr. Le encanta conducir rápido por esas carreteras, si así puede llamársele a tales heridas en la tierra.

Por fin llega al lugar.

Enciende un puro cubano mientras mira el objetivo. Está claro. Va a aniquilarla. Va a hacer volar por los aires todo lo que lleva dentro y sacarle las entrañas llenando todo el lugar con su desagradable color rojo intenso. Está todo preparado, no tiene prisa ninguna. Saborea el gusto amargo en la lengua y en la comisura de la boca. Tira el humo, suave, lentamente.

Sobrevuelan el lugar unos chimangos. Malditos bichos. No soy mejor que ellos, reflexiona. Saca el mechero para alinear el fuego, hay una hoja rebelde en la punta del habano. ¿El mundo entero será así? Eso hay que verlo… Está más filosófico que de costumbre, sobrevuela con los chimangos el objetivo y cae cuando llega a la mitad del puro. Lo apoya en la caja roja y levanta uno de sus antebrazos para cubrirse la cara. ¡Fuego!, dice por las dudas y acciona el detonador…

Una inmensa bola de tierra vuela formando una especie de hongo rojo a más de cincuenta metros de distancia. Es el asesino de la pacha mama...

Sufre, zorra. ¡Cómo me gusta mi trabajo! Ya queda menos…, le espeta a la nube de polvo colorada que se expande rápidamente y sin control en todas direcciones. El cráter ya puede ser transformado en un bunker, uno más, en medio de la nada.




Pernando Gaztelu