sábado, 12 de diciembre de 2015

Cóctel de juventud.


Manuela, describiendo una suave curva sobre su carrito de flores, mucho mejor que esos aparatos que venden en las ortopedias para inválidos, recorre con estilo la calle.
Un tornado se llevó hace tiempo el color de su pelo negro dejando apenas unas hebras grises aquí y allá. Solo quedó intacto su atuendo de diario: vestido de lunares blancos sobre fondos de color variable, generalmente oscuros y unas zapatillas de loneta y goma amigas de sus juanetes.
Acelga, huevos, patatas y un poco de chocolate. Giran las ruedecillas bajo el peso de la anciana que se deja llevar.
Suena el móvil que lleva colgado al  cuello con una cinta rosa.
_¿Cómo voy a estar? Que no, que no me pongo el audífono. Ya te dije que me revienta los tímpanos. Si, ya me cuido hija, no te preocupes.
Mientras habla con ella, no consigue recordar la cara de su única hija que, como tantas otras caras jóvenes, se han ido perdiendo en algún recoveco de su mente. Sin embargo, las viejas de su edad ahí están , siempre presentes , tan resecas como momias.
Antes de llegar al portal no sabe por qué se ha acordado de Julián y no ha podido evitar pasar por la cafetería del parque, esa donde desayunaban juntos los domingos mientras hacían tiempo en los días soleados sobrados de horas.
A través de los grandes ventanales  de plástico oían el griterío infantil e intuían a los niños tirados por el suelo junto a sus padres de brazos cruzados y armados de paciencia.
Tomaban chocolate con churros. Delicioso. Le sentaba tan bien que estaba convencida de que le rejuvenecía. Antes de irse ella tenía que avisarle siempre porque  Julián era capaz de ir por ahí con el pegote de chocolate en la barba.
El hablaba poco pero su presencia la abrigaba.
La taza que el camarero ha dejado sobre la mesa, le devuelve al aquí y ahora tan bruscamente que se marea. El café le sabe amargo y de pronto siente frío.
Al salir del invernadero de mesas y sillas, pasa junto a los niños del parque. Son sólidos y vibrantes . Apenas se dan cuenta de su presencia pero se quedan mirando unos segundos las ruedas de su carrito floreado mientras Manuela se aleja flotando entre la neblina de una tarde cualquiera.