miércoles, 17 de junio de 2015

SUERTE


Nada en el frigorífico igual que ayer , absurdo mirar . En el banco de alimentos no dan perecederos que,  en cualquier caso, no habría sabido cocinar. Sin embargo, el hambre no es lo peor. La engaña con vino de tetrabrik pero la dignidad…esa había perecido hace mucho tiempo.
Pasea hasta el centro de la ciudad apenas iluminada al anochecer hasta llegar a sus antiguas murallas. Hace frío pero la piedra tiene un tacto agradable , sólida y firme resistiendo este y otros tiempos, recomponiéndose siempre de sus derrotas y ahí seguía hoy, mudo testigo de una mas.
Sentado sobre el muro, deja que sus piernas cuelguen en el vacío. 
Abajo el paisaje de siempre: coches que nunca conducirá, chicas a las que nunca cogerá de la cintura caminando junto al río.. nada era ya para él.
Un pensamiento tonto le viene a la mente en ese dramático momento. Mete la mano en la chaqueta extrayendo del bolsillo un papel arrugado, coge el móvil y teclea .
Un golpe de viento y las dos manos ocupadas de un único acertante se descontrolan, manotean en el aire intentando retener el maldito papel mientras el cuerpo se lanza al vacío persiguiendo su fortuna. El billete se toma su tiempo y va cayendo suavemente. Seis números en una sola apuesta quedan pegados junto a él en un gran charco de sangre .   

El bueno de Mike



Mike no quita ojo a las tetas Blanca. 

Bajo el ceño fruncido está la otra mitad de sus ojos y como marco —de esa cara de bobo— una boca abierta a juego con la mirada perdida en un punto por detrás del escote.
Frente a él está Jon. El vasco también clava su mirada, aunque con más fuerza. En este caso el objetivo es un punto incierto, por detrás de la nariz de Mike. 

Blanca no mira a nadie. 

Suena un blues. Percusión, bajo, guitarra y una armónica desgarrada. Blanca desaparece con cada bending de la armónica y vuelve a aparecer con los golpes del bajo. La mesa es demasiado pequeña para los tres, demasiado pequeña aunque sólo estuviera allí Blanca. El ritmo suave acompaña el vaivén de la cabeza de Mike —mueve todo menos sus pupilas— y la pulsión de los dedos de Jon sobre la pequeña mesa circular.
El roce del peine al final de Kiss me a lot  da campanada final a la paciencia de Jon. ¡Deja de mirarle las tetas, maldito idiota!, dice levantándose de la silla.

La mesa se tambalea por culpa del golpe con la rodilla del vasco que desarma el trípode desvencijado en el que se apoyaba. Caen las bebidas. Una jarra vuela sobre el vestido de Blanca derramando todo su contenido justo encima de la diana de Mike. 

¿Estás loco?, ¿por qué has hecho eso tío?, dice gravemente al despertar de su enamoramiento; como si el éxtasis de rozar con sus ojos esos pechos mojados, después de haber soñado por horas, despejara por fin la mente de Mike.

¡Qué la dejes en paz!, repite Jon y saca una cuarenta y cinco. Ey, para un poco, ¿dónde vas con eso cowboy? Yo que tú miraría un poco mi alrededor…

El cantinero asoma por la barra, se ha agachado para coger su escopeta. La cantina se hunde en el silencio. Blanca cae de espaldas. Levántate cariño, vámonos de aquí, dice el vasco tendiéndole la mano mientras fija su mirada de nuevo en Mike. Debes admitir que tiene buenas tetas. No es mi culpa enamorarme de ellas. Míralas, ¿no están para comérselas?

¡Basta hijo de perra! ¡Basta o disparo! Los ojos de Jon salen de sus órbitas, está tan concentrado en Mike que en el mismo momento en que levanta el arma, se oye un disparo desde la barra.

Pobre vasco, morir por unas tetas…, dice Mike antes de que la banda vuelva a arremeter, esta vez con Not so cruel. Ven aquí forastero, dice Blanca. Creo que necesitas alguien que te consuele. ¿Consolarme?, bueno chica, si eso es lo que quieres… ¿Pero tú no tenías algo con él? La joven pide otra jarra en la barra. 


El bueno de Mike pagará mi cuenta ahora, Joe. Anótale esta también.

Pernando Gaztelu

martes, 16 de junio de 2015

Una cita en Samarra

Este es mi asesinato.

UNA CITA EN SAMARRA

Acabo de asesinar a la Muerte. La he dejado tendida en el suelo, sin vida, si es que alguna vez la terrible parca la tuvo.
Todo comenzó ayer por la mañana. Caminaba por el mercado comprando provisiones para la semana. Estaba frente a un puesto de fruta eligiendo unos melocotones cuando un leve empujón me hizo girarme y tropecé con ella. La miré fijamente a los ojos de un negro imposible. La reconocí en el acto, pero no sentí miedo.
-Tú me dirás.
-Mañana tenemos una cita en Samarra- me susurró al oído mientras colocaba su mano en mi hombro apretándolo suavemente.
-Allí estaré puntual.
Mientras daba media vuelta y se alejaba seguí con mis compras. Parecía que mi Destino ya estaba escrito. Hasta ese día no me había preocupado de lo inevitable. Había vivido valientemente. Desafiando aquello que no me convencía y enfrentándome a las adversidades.

De camino a Samarra, montado en mi caballo, me propuse ejecutar mi audaz acción. Mataría a la Muerte. Esa eficiente guadaña que siega vidas sin ningún remordimiento.
No tenía un plan, solo un deseo. Acabar con ella.
Atardecía cuando atravesé el puente sobre el río Tigris y entré en la ciudad por el portal de oriente. Avancé durante un buen rato por callejuelas angostas hasta detenerme frente a una destartalada puerta. Suspiré profundamente y la empujé. Accedí a un perfumado jardín iluminado con candiles de aceite y velas. Olía a incienso. Vislumbré la tenebrosa figura sentada entre numerosos cojines, atareada en la elaboración de un té. Me quité la abaya y la deje sobre una repisa, permaneciendo de pie.
-Buenas noches.
-De buenas poco tienen, al menos para uno de los dos- respondí fríamente.
Ella esbozó una sonrisa, entre irónica y divertida.
-Es un mero trámite, sencillo y definitivo. No intentes convencerme de que todavía no ha llegado tu hora ni me supliques clemencia. Y por favor, no llores, no lo soporto.
-No tengo ninguna intención de hacerlo.
La Muerte se sentía cada vez más inquieta ante mis respuestas.
-Muy bien. Acabemos entonces. Acércate.
Con paso decidido me aproximé y me senté junto al verdugo universal. Notó el roce de la daga debajo de mi túnica.
-Bebe despacio. Es el último.- Remarcó, tendiéndome la taza humeante.
Me la acerqué a los labios y di un pequeño sorbo.
-¿Podrías endulzarme el amargo trago?- le sugerí.
Confiada, se incorporó aproximándome el tarro con el azúcar. Con un ágil movimiento empuñé la daga y me abalancé sobre mi víctima atravesándole el pecho.
Se quedó sorprendida. Nadie había tenido esa osadía. Todavía incrédula, cayó de rodillas mientras se le iba la vida.

De regreso, tras dejar Samarra, comencé a valorar el enorme cambio que había experimentado el Destino de los hombres.

NOTA:
La idea original es una leyenda popular árabe: Una cita en Samarra que habla de la imposibilidad de luchar contra el destino y que nadie escapa de él.
Había un mercader en Bagdad que envió a su sirviente al mercado a comprar provisiones. Al cabo de un rato, el criado volvió pálido y tembloroso, y le dijo: “Amo, cuando estaba en el mercado, una mujer me dio un empujón y al darme la vuelta vi que se trataba de la Muerte. Me miró e hizo un gesto amenazador; por favor préstame un caballo para que huya de la ciudad y escape a mi destino. Iré a Samarra y allí la Muerte no podrá encontrarme”.
El mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él, le clavó las espuelas en los ijares y partió a todo galope.
Luego el mercader vino al mercado y me vio de pie entre la multitud, se me acercó y preguntó: “¿Por qué le hiciste a mi criado un gesto de amenaza esta mañana?”

“No era un gesto de amenaza -le contesté-, sino de sorpresa: Me extrañó verlo aquí en Bagdad, pues hoy por la noche tengo una cita con él en Samarra.”

viernes, 12 de junio de 2015

Bienvenidos al lado oscuro

Un idiota vestido de pingüino os recibe dando palmas con sus aletas falsas. Welcome to the Jungle Eduardo, Alberto, Almudena y Juan. Sean bienvenidos a este hueco oscuro, a esta pobre caseta oculta en el centro de la Pamplona más canalla.

Dentro hay otros (ya estábamos metidos en esto) y seguramente otros vendrán detrás. Da igual. Vosotros sois hoy los elegidos. Sois los que debéis pasar la prueba de PE[1]. ¿Creíais que esto era llegar y besar el santo? Pues nada más lejos de la realidad )o cerca de la ansiada ficción, la buena ficción...).

Debéis matar.

Sí, habéis oído bien al estúpido pingüino que imagináis ahora mismo rascándose las patas con una aleta y os mira con cara de enfermo mental a tan solo metro y medio, justo lo que mide desde el suelo.

Tenéis que MATAR a uno de vuestros personajes en Pamplona Escribe.

Puede ser su primera aparición. Puede que ya estéis hartos de esa maldita figura de cera. ¡Matadle! Os invito a un asesinato literario (por si alguien tenía dudas de la calidad y osadía del desafío).

Todos estamos invitados a matar esta semana y la siguiente. Quiero al menos una muerte por cada autor de Pamplona Escribe. No digo más, que ya tengo ideas...

Os leo, nos leemos.

Voy a quitarme este maldito disfraz, no quiero morir antes de que alguien quiera matarme...


[1] PE: Pamplona Escribe.

jueves, 11 de junio de 2015

Mimí




MIMÍ
   
Entró en su camerino y cerró con llave. Se sentó y comenzó a sollozar cubriéndose la cara con las manos. Todavía resonaba en sus oídos la larga ovación del público. Acababa de triunfar con una de las más hermosas y conmovedoras interpretaciones de Mimí.
Era su gran noche. La había imaginado cientos de veces, hoy era real.
Llamaron a la puerta.
-¿María José estás ahí?
-Sí, necesito unos minutos a solas.
-De acuerdo.
Logró serenarse. Fue reviviendo los días hasta llegar aquí, cantar el papel protagonista de La Bòheme, en un escenario tan prestigioso como La Scala.
Se había preparado desde su adolescencia persiguiendo un sueño nada convencional. Se había sacrificado tanto y renunciado a tantas cosas. Se le agolpaban las imágenes del conservatorio, las agotadoras clases, la frustración de los castings, los exiguos papeles secundarios.
Por no hablar de su ritual diario de maquillaje y vestuario. Y lo que peor llevaba, haber arrinconado sus deseos sexuales durante todo este tiempo.
Descubrió un ramo de rosas sobre la mesita auxiliar que no había visto al entrar. Olió el aroma de las flores. Leyó la tarjeta: Sí. Mi chiamano Mimí, ma il mio nome è Lucia”. Sonrió. No había firma.
Pausadamente, se fue desvistiendo hasta que quedó desnudo frente al espejo. Ahí estaba él. Sí, lo había conseguido. Había cantado con rotundo éxito un papel de soprano. Había alcanzado su sueño.
El Destino le había regalado una voz especial. Una atrofia en la laringe evitó que perdiera su tiple infantil. Él no era uno de los castrati. Lo suyo no había sido algo artificial, provocado, era un simple capricho de la Naturaleza.
Se había servido de su voz y una apariencia de mujer para lograr su anhelo.
Nunca hubiera llegado al cénit de esa noche si hubiera declarado ser un hombre. No se lo habrían permitido. Hubiera tenido que conformarse con exiguos papeles de contratenor.
Allí de pie, con cara de Mimí y cuerpo de hombre, volvió a considerar, una vez más, el dilema moral que le perseguía, la impostura de su vida.
Se sentó delante del tocador, cogió un algodón y comenzó a retirar el maquillaje de los ojos y labios, suavemente.
Daban por supuesto su femineidad al verle y oírle hablar. Las apariencias a veces engañan ¿No es cierto? Con frecuencia se ve lo que quiere verse, no la auténtica realidad. Él era un hombre con voz de mujer. Se justificaba sin convencerse del todo.
Aplicó un poco de leche limpiadora en un nuevo algodón que fue deslizando por el rostro incidiendo en la frente, nariz y barbilla.
¿Y el nombre, María José? Sí, se lo había cambiado. Su padre lo inscribió en el registro como José María, una simple permuta, una pequeña travesura.
Acabó de desmaquillarse aplicando un tónico hidratante para refrescar la cara y el cuello.
Se miró una vez más en el espejo y se vio limpiamente. No, él no era un impostor.
Ahora sí estaba convencido, no volverían a asaltarle las dudas. La verdad de su vida era muy simple, un hombre que había logrado su sueño.

Mientras entraba en la ducha, le sorprendió una incipiente erección.

Presentación


Hola a todos, me incorporo al blog.
No tengo muy claro cómo publicar.
Voy a intentarlo con el trabajo de fin del taller de relato de  este año 2015.
algunos que coincidieron conmigo ya lo han leído, pero he introducido algunas sugerencias de Ignacio y otros pequeños retoques 
un saludo,
juan

lunes, 8 de junio de 2015

EL ULTIMO EN REIR (Capítulo I - Mª Pilar Beorlegui Bariain)




La imprecación que sale de mi boca es el fiel reflejo de la furia que habita en mis entrañas. Me llamo Jorge y me encuentro de  ante la pantalla de un cajero. El escueto saldo disponible en mi cuenta me confirma por cuarta vez en esta semana que el cretino de mi jefe coontinúa sin abonarme la nómina. Es una jugarreta que se viene repitiéndo cada dos meses, pagando al siguiente, y vuelta a empezar. Con ello el muy canalla se siente a salvo de verse denunciado por los trabajadores, puesto que no incumple la ley vigente que lo permite cuando se adeudan a partir de tres. Este comportamiento supone una contínua humillación tanto para mí como para mis compañeros, porque tengo que hacer malabarismos cada día para poder comer, pagar el alquiler y llenar el depósito de gasolina para acudir al trabajo. No puedo permitirme irme de cena con la cuadrilla y me muchas ocasiones me veo obligado a tirar de pequeños préstamos familiares y de amigos. Sin embargo, el Sr. Víctor Pedreras, es decir, el dueño de la empresa donde trabajo, no ve mermada su calidad de vida, puesto que acaba de cambiar su anterior BMW320 por un Audi9 de última gama. Todo ello por no hablar de su magnífico piso en el centro de la ciudad, ni de su chalé en Baztán. El chalé... ¡cuando pienso en las horas que nos temos tirado Sergio, David y yo trabajando gratis en la instalación eléctrica, los paneles térmicos y las placas solares...! Y menudo morro le echa a lo que él denomina "viajes por expansión de negocio", y con esa excusa vive a papo de rey visitando lugares como Nueva York, Viena, Pekín y Tokio. ¿Y qué ocurre cuando, al cabo de mes y medio requerimos una explicación porque todavía no hemos cobrado? Pues que desde dirección se nos comunica que "lamentan no poder pagar hasta que lo hagan los clientes, porque el dinero que hay está reservado para pagar el suministro de material, ya que de otro modo no tendríamos trabajo. Paciencia, que pronto cobraréis"
No puedo más. Me invade la indignación. Durante los cuatro años que llevo en la empresa, me he debatido entre la educación recibida por mis padres y la injusticia que percibo por parte de mi jefe . En mi casa ha prevalecido el orden y el respeto, la obediencia a reglas éticas y morales. Pero ante leyes inaceptables y conductas intolerables ¿qué hacer? Salgo a la calle furioso. Trato de serenarme y enciendo un cigarrilo. Me vienen a la mente los dos compañeros con los que más confianza tengo y que son los que me acompañaron a hacer el trabajito extra. Tanto David, bravucón por naturaleza, como Sancho, juerguista empedernido aunque imposibilitado por las circunstancias, me tienen dicho que hay que actuar de forma contundente. Tanta burla acumulada tiene que tener un final, y de algún modo hay que dar un escarmiento. Pero ¿cómo? No se trata de pinchar las ruedas, ni de producir menos ni de hacer huelga, que sólo redundaría en más pérdidas para nuestros  bolsillos. No; se trata de cobrar lo nuestro. ¿No ha dicho Agustín, el encargado, que este fin de semana toda la familia iba a visitar la feria de Milán ?.  Saco el móvil y al instante escucho una voz:
- ¿David? Salgo del cajero y nada, chico. ¿Tu tampoco? Si,si, ya. Oye, se me ocurre una cosa: ¿Por qué no vamos mañana los tres al chalé ?. Yo tengo llave, porque me hice copia. ¿La alarma? Conozco sistemas para inutilizarlas y ...¿cómo? No, no se si tiene caja fuerte, pero si no, lo vamos a cobrar en especie: aparatos, cuadros, joyas... ¿estás conmigo? ¿Si? Vale. Pues mañana , puesto que la familia está  fuera,  vamos con la furgoneta de mi hermano. Avisa a Sancho, y quedamos a las tres en el bar Amaya y de ahí salimos hacia Baztán. Ya me encargo yo de llevar ropas y material.
A continuación, marco el número de mi hermano Pedro, que es el dueño de la furgoneta y se la pido con la excusa de trasladar unos muebles a casa de un amigo.
Es sábado. Los tres amigos nos saludamos y entramos al bar. Es palpable la excitación que sentimos ante lo que vamos a acometer. Pedimos un café y nos sentamos en la mesita del fondo para evitar ser  oídos por la clientela.
- ¿Dispuestos a llevar a cabo cueste lo  que cueste? - pregunta Sancho con sonrisa burlona.
- ¡Aunque tenga que llevarme por delante a quien sea! - responde categórico David.
- Sí, -intervengo- pero siempre y cuando llevemos el plan al pie de la letra, si no, fracasaremos. Entraremos por la parte trasera y dejaremos la furgoneta escondida en el hayedo que  hay a 100 m del seto. Saldremos del coche con los buzos puestos y tambien con guantes y capucha  ¿está claro?
-De acuerdo, pero siempre y cuando aseguréis que después nos correremos una juerga descomunal -exige Sancho.
Y los tres soltamos una carcajada.  Después, una vez en la furgoneta, vamos repasando las instrucciones sobre un plano que conservábamos.Esta noche he estudiado detenidamente los pasos de instalación de diversas alarmas; incluso he pensado en la posibilidad de que el propietario haya podido instalar alguna otra cámara supletoria y por eso he estimado conveniente el uso de las capuchas.
 Llegamos  al punto de destino que es un hermoso chalé independiente situado en una bifurcación anterior a la entrada del pueblo. Un paraíso de naturaleza de un verde espectacular con vista a montes del bajo Pirineo. Un terreno parcelar de 1900 m2 y 286 m2 de casa dividida en dos plantas.  La cancela está abierta. No se ve a nadie por los alrededores. Aparcamos la furgoneta en el lugar previsto, fuera de la vista de la carretera y de cualquiera que pudiera pasar. Salimos  uniformados, enguantados y encapuchados, tal y como lo requiere el plan. Una vez dejada atrás la cancela, nos acercamos hasta el porche, lugar donde está el dispositivo de la alarma. Abro la compuerta y examino el sistema. No parece complicado. Acciono unos cables y finalmente escucho un "ploc" e inmediatamente se apaga la luz verde. Listo: está desactivada. Suspiro de alivio. Sólo hay que sacar el juego de llaves para abrir la puerta. Espero no hayan cambiado la cerradura. Afortunadamente, se abre. Ya está. Si no fuera por los guantes los tres nos frotaríamos las manos. Estamos dentro de la casa. Huele a limpio y un poco a cerrado. Son las cinco de la tarde y hay luz, aunque dentro de una hora, el sol  declinará.  Para entonces, habrá que desvalijar cuanto sea posible. Lo primero que  apreciamos  es la sala de estar, que está en perfecto orden. Lástima tener que revolver un recinto tan impoluto y con tan buen gusto decorado...!. Pero qué diantre, hay que cobrarse la deuda, y a buen seguro que ni el caradura Pedreras ni su familia se molestan un ápice en limpiar esta preciosidad, porque lo hará personal a su servicio para ello. Así que:
- Tú y yo la planta baja -le digo a Sancho  sin mencionar su nombre para evitar posibles inconvenientes- y tú a la planta de arriba -apunto a David- . Si algo se resiste, silba.
Y así comienza la inspección. Abrimos puertas, cajones, palpamos paredes, miramos detrás de los cuadros... Encuentro una pequeña caja fuerte en un cajón. Al forzar la cerradura con un destornillador, consigo abrirla, pero no hay gran cosa: unos 200 euros. Al cabo de 25 minutos lo único que nos ha parecido viable y de cierto valor han sido  dos  televisores, dos tablets, tres cuadros  y un reloj de pulsera... Me estoy desmoronando y a juzgar por la caída de brazos que observo en mis compañeros, intuyo el desencanto general.  En ese momento, se escucha ruído de motor. ¡Sin duda es un coche, y está entrando por la puerta de entrada al jardín!. Se escucha un portazo y alguien sale  del coche.Nos miramos desconcertados y nos agachamos. La persona se  dirige al porche para desactivar la alarma y comprueba que está apagada se queda quieta unos instantes. Luego se da media vuelta y camina hacia la puerta de la vivienda.
- Y ahora ¿qué hacemos?- exclama Sancho.
- !Rápido, al baño! - es lo único que se me ocurre.
 Va a entrar. En efecto. Es una joven. No sale de su asombro ante lo que contempla: Una sala desvencijada, con claros que denuncian  la ausencia de los objetos que habitaban encima.
- ¡Dios mío! ¡Ladrones!
Horrorizada se da media vuelta para huir, pero en ese momento, salen los tres y corren tras ella. La alcanzan y vuelven a meterla en la casa. La joven se debate y grita desaforadamente. La vista de tres encapuchados con tan burdo atavío no hace sino acrecentar su espanto. Sancho le tapa la boca y David la amordaza con su propio pañuelo de cuello.
-¡Calla, estúpida, o no respondo de mí! -espeta David.
- Joder, ahora sí que estamos listos! ¿Y qué hacemos con ella? -inquiere Sancho.
Yo, en el colmo de la confusión y contrariedad, en un alarde de coraje que ni yo creía, suelto:
- Pues  ¿no queríais pasta? ¡Este será nuestro botín! Pediremos rescate por ella.
Los ojos verdes de la chica se abren desmesuradamente, clavándose aterrada en los míos. Rechazamos los enseres voluminosos y nos reservamos los minúsculos. Luego esperamos a que las sombras de la noche nos cobijen para ocultar nuestra fechoría. Salimos con la chica que se resiste inútilmente.  Es un secuestro. Para ella comienza una epopeya que marcará su vida. Para mí el comienzo de la peor pesadilla.