La imprecación que sale
de mi boca es el fiel reflejo de la furia que habita en mis entrañas. Me llamo
Jorge y me encuentro de ante la pantalla
de un cajero. El escueto saldo disponible en mi cuenta me confirma por cuarta
vez en esta semana que el cretino de mi jefe coontinúa sin abonarme la nómina.
Es una jugarreta que se viene repitiéndo cada dos meses, pagando al siguiente,
y vuelta a empezar. Con ello el muy canalla se siente a salvo de verse
denunciado por los trabajadores, puesto que no incumple la ley vigente que lo
permite cuando se adeudan a partir de tres. Este comportamiento supone una
contínua humillación tanto para mí como para mis compañeros, porque tengo que
hacer malabarismos cada día para poder comer, pagar el alquiler y llenar el
depósito de gasolina para acudir al trabajo. No puedo permitirme irme de cena
con la cuadrilla y me muchas ocasiones me veo obligado a tirar de pequeños
préstamos familiares y de amigos. Sin embargo, el Sr. Víctor Pedreras, es
decir, el dueño de la empresa donde trabajo, no ve mermada su calidad de vida,
puesto que acaba de cambiar su anterior BMW320 por un Audi9 de última gama.
Todo ello por no hablar de su magnífico piso en el centro de la ciudad, ni de
su chalé en Baztán. El chalé... ¡cuando pienso en las horas que nos temos
tirado Sergio, David y yo trabajando gratis en la instalación eléctrica, los paneles
térmicos y las placas solares...! Y menudo morro le echa a lo que él denomina
"viajes por expansión de negocio", y con esa excusa vive a papo de
rey visitando lugares como Nueva York, Viena, Pekín y Tokio. ¿Y qué ocurre
cuando, al cabo de mes y medio requerimos una explicación porque todavía no
hemos cobrado? Pues que desde dirección se nos comunica que "lamentan no
poder pagar hasta que lo hagan los clientes, porque el dinero que hay está
reservado para pagar el suministro de material, ya que de otro modo no
tendríamos trabajo. Paciencia, que pronto cobraréis"
No puedo más. Me invade
la indignación. Durante los cuatro años que llevo en la empresa, me he debatido
entre la educación recibida por mis padres y la injusticia que percibo por
parte de mi jefe . En mi casa ha prevalecido el orden y el respeto, la
obediencia a reglas éticas y morales. Pero ante leyes inaceptables y conductas
intolerables ¿qué hacer? Salgo a la calle furioso. Trato de serenarme y
enciendo un cigarrilo. Me vienen a la mente los dos compañeros con los que más
confianza tengo y que son los que me acompañaron a hacer el trabajito extra.
Tanto David, bravucón por naturaleza, como Sancho, juerguista empedernido
aunque imposibilitado por las circunstancias, me tienen dicho que hay que
actuar de forma contundente. Tanta burla acumulada tiene que tener un final, y
de algún modo hay que dar un escarmiento. Pero ¿cómo? No se trata de pinchar
las ruedas, ni de producir menos ni de hacer huelga, que sólo redundaría en más
pérdidas para nuestros bolsillos. No; se
trata de cobrar lo nuestro. ¿No ha dicho Agustín, el encargado, que este fin de
semana toda la familia iba a visitar la feria de Milán ?. Saco el móvil y al instante escucho una voz:
- ¿David? Salgo del
cajero y nada, chico. ¿Tu tampoco? Si,si, ya. Oye, se me ocurre una cosa: ¿Por
qué no vamos mañana los tres al chalé ?. Yo tengo llave, porque me hice copia.
¿La alarma? Conozco sistemas para inutilizarlas y ...¿cómo? No, no se si tiene
caja fuerte, pero si no, lo vamos a cobrar en especie: aparatos, cuadros,
joyas... ¿estás conmigo? ¿Si? Vale. Pues mañana , puesto que la familia
está fuera, vamos con la furgoneta de mi hermano. Avisa a
Sancho, y quedamos a las tres en el bar Amaya y de ahí salimos hacia Baztán. Ya
me encargo yo de llevar ropas y material.
A continuación, marco el
número de mi hermano Pedro, que es el dueño de la furgoneta y se la pido con la
excusa de trasladar unos muebles a casa de un amigo.
Es sábado. Los tres
amigos nos saludamos y entramos al bar. Es palpable la excitación que sentimos
ante lo que vamos a acometer. Pedimos un café y nos sentamos en la mesita del
fondo para evitar ser oídos por la
clientela.
- ¿Dispuestos a llevar a
cabo cueste lo que cueste? - pregunta
Sancho con sonrisa burlona.
- ¡Aunque tenga que
llevarme por delante a quien sea! - responde categórico David.
- Sí, -intervengo- pero
siempre y cuando llevemos el plan al pie de la letra, si no, fracasaremos.
Entraremos por la parte trasera y dejaremos la furgoneta escondida en el hayedo
que hay a 100 m del seto. Saldremos del
coche con los buzos puestos y tambien con guantes y capucha ¿está claro?
-De acuerdo, pero siempre
y cuando aseguréis que después nos correremos una juerga descomunal -exige
Sancho.
Y los tres soltamos una
carcajada. Después, una vez en la
furgoneta, vamos repasando las instrucciones sobre un plano que
conservábamos.Esta noche he estudiado detenidamente los pasos de instalación de
diversas alarmas; incluso he pensado en la posibilidad de que el propietario
haya podido instalar alguna otra cámara supletoria y por eso he estimado
conveniente el uso de las capuchas.
Llegamos
al punto de destino que es un hermoso chalé independiente situado en una
bifurcación anterior a la entrada del pueblo. Un paraíso de naturaleza de un verde
espectacular con vista a montes del bajo Pirineo. Un terreno parcelar de 1900
m2 y 286 m2 de casa dividida en dos plantas.
La cancela está abierta. No se ve a nadie por los alrededores. Aparcamos
la furgoneta en el lugar previsto, fuera de la vista de la carretera y de
cualquiera que pudiera pasar. Salimos
uniformados, enguantados y encapuchados, tal y como lo requiere el plan.
Una vez dejada atrás la cancela, nos acercamos hasta el porche, lugar donde
está el dispositivo de la alarma. Abro la compuerta y examino el sistema. No
parece complicado. Acciono unos cables y finalmente escucho un "ploc"
e inmediatamente se apaga la luz verde. Listo: está desactivada. Suspiro de
alivio. Sólo hay que sacar el juego de llaves para abrir la puerta. Espero no
hayan cambiado la cerradura. Afortunadamente, se abre. Ya está. Si no fuera por
los guantes los tres nos frotaríamos las manos. Estamos dentro de la casa.
Huele a limpio y un poco a cerrado. Son las cinco de la tarde y hay luz, aunque
dentro de una hora, el sol
declinará. Para entonces, habrá
que desvalijar cuanto sea posible. Lo primero que apreciamos
es la sala de estar, que está en perfecto orden. Lástima tener que
revolver un recinto tan impoluto y con tan buen gusto decorado...!. Pero qué
diantre, hay que cobrarse la deuda, y a buen seguro que ni el caradura Pedreras
ni su familia se molestan un ápice en limpiar esta preciosidad, porque lo hará
personal a su servicio para ello. Así que:
- Tú y yo la planta baja
-le digo a Sancho sin mencionar su nombre
para evitar posibles inconvenientes- y tú a la planta de arriba -apunto a
David- . Si algo se resiste, silba.
Y así comienza la
inspección. Abrimos puertas, cajones, palpamos paredes, miramos detrás de los
cuadros... Encuentro una pequeña caja fuerte en un cajón. Al forzar la
cerradura con un destornillador, consigo abrirla, pero no hay gran cosa: unos
200 euros. Al cabo de 25 minutos lo único que nos ha parecido viable y de
cierto valor han sido dos televisores, dos tablets, tres cuadros y un reloj de pulsera... Me estoy
desmoronando y a juzgar por la caída de brazos que observo en mis compañeros,
intuyo el desencanto general. En ese
momento, se escucha ruído de motor. ¡Sin duda es un coche, y está entrando por
la puerta de entrada al jardín!. Se escucha un portazo y alguien sale del coche.Nos miramos desconcertados y nos
agachamos. La persona se dirige al
porche para desactivar la alarma y comprueba que está apagada se queda quieta
unos instantes. Luego se da media vuelta y camina hacia la puerta de la
vivienda.
- Y ahora ¿qué hacemos?-
exclama Sancho.
- !Rápido, al baño! - es
lo único que se me ocurre.
Va a entrar. En efecto. Es una joven. No sale
de su asombro ante lo que contempla: Una sala desvencijada, con claros que
denuncian la ausencia de los objetos que
habitaban encima.
- ¡Dios mío! ¡Ladrones!
Horrorizada se da media
vuelta para huir, pero en ese momento, salen los tres y corren tras ella. La
alcanzan y vuelven a meterla en la casa. La joven se debate y grita
desaforadamente. La vista de tres encapuchados con tan burdo atavío no hace
sino acrecentar su espanto. Sancho le tapa la boca y David la amordaza con su
propio pañuelo de cuello.
-¡Calla, estúpida, o no
respondo de mí! -espeta David.
- Joder, ahora sí que
estamos listos! ¿Y qué hacemos con ella? -inquiere Sancho.
Yo, en el colmo de la
confusión y contrariedad, en un alarde de coraje que ni yo creía, suelto:
- Pues ¿no queríais pasta? ¡Este será nuestro botín!
Pediremos rescate por ella.
Los ojos verdes de la
chica se abren desmesuradamente, clavándose aterrada en los míos. Rechazamos
los enseres voluminosos y nos reservamos los minúsculos. Luego esperamos a que
las sombras de la noche nos cobijen para ocultar nuestra fechoría. Salimos con
la chica que se resiste inútilmente. Es
un secuestro. Para ella comienza una epopeya que marcará su vida. Para mí el
comienzo de la peor pesadilla.