Este es mi asesinato.
UNA
CITA EN SAMARRA
Acabo
de asesinar a la Muerte. La he dejado tendida en el suelo, sin vida, si es que
alguna vez la terrible parca la tuvo.
Todo
comenzó ayer por la mañana. Caminaba por el mercado comprando provisiones para
la semana. Estaba frente a un puesto de fruta eligiendo unos melocotones cuando
un leve empujón me hizo girarme y tropecé con ella. La miré fijamente a los
ojos de un negro imposible. La reconocí en el acto, pero no sentí miedo.
-Tú
me dirás.
-Mañana
tenemos una cita en Samarra- me susurró al oído mientras colocaba su mano en mi
hombro apretándolo suavemente.
-Allí
estaré puntual.
Mientras daba media vuelta y se alejaba seguí con mis compras. Parecía
que mi Destino ya estaba escrito. Hasta ese día no me había preocupado de lo
inevitable. Había vivido valientemente. Desafiando aquello que no me convencía
y enfrentándome a las adversidades.
De
camino a Samarra, montado en mi caballo, me propuse ejecutar mi audaz acción.
Mataría a la Muerte. Esa eficiente guadaña que siega vidas sin ningún
remordimiento.
No
tenía un plan, solo un deseo. Acabar con ella.
Atardecía
cuando atravesé el puente sobre el río Tigris y entré en la ciudad por el portal
de oriente. Avancé durante un buen rato por callejuelas angostas hasta detenerme
frente a una destartalada puerta. Suspiré profundamente y la empujé. Accedí a
un perfumado jardín iluminado con candiles de aceite y velas. Olía a incienso.
Vislumbré la tenebrosa figura sentada entre numerosos cojines, atareada en la
elaboración de un té. Me quité la abaya y la deje sobre una repisa,
permaneciendo de pie.
-Buenas
noches.
-De
buenas poco tienen, al menos para uno de los dos- respondí fríamente.
Ella esbozó una sonrisa, entre irónica y divertida.
-Es
un mero trámite, sencillo y definitivo. No intentes convencerme de que todavía
no ha llegado tu hora ni me supliques clemencia. Y por favor, no llores, no lo
soporto.
-No
tengo ninguna intención de hacerlo.
La
Muerte se sentía cada vez más inquieta ante mis respuestas.
-Muy
bien. Acabemos entonces. Acércate.
Con
paso decidido me aproximé y me senté junto al verdugo universal. Notó el roce
de la daga debajo de mi túnica.
-Bebe
despacio. Es el último.- Remarcó, tendiéndome la taza humeante.
Me
la acerqué a los labios y di un pequeño sorbo.
-¿Podrías
endulzarme el amargo trago?- le sugerí.
Confiada, se incorporó aproximándome el tarro con el azúcar. Con un
ágil movimiento empuñé la daga y me abalancé sobre mi víctima atravesándole el
pecho.
Se quedó sorprendida. Nadie había tenido esa osadía. Todavía incrédula,
cayó de rodillas mientras se le iba la vida.
De
regreso, tras dejar Samarra, comencé a valorar el enorme cambio que había
experimentado el Destino de los hombres.
NOTA:
La idea
original es una leyenda popular árabe: Una cita en Samarra que
habla de la imposibilidad de luchar contra el destino y que nadie escapa de él.
Había
un mercader en Bagdad que envió a su sirviente al mercado a comprar
provisiones. Al cabo de un rato, el criado volvió pálido y tembloroso, y le
dijo: “Amo, cuando estaba en el mercado, una mujer me dio un empujón y al darme
la vuelta vi que se trataba de la Muerte. Me miró e hizo un gesto amenazador;
por favor préstame un caballo para que huya de la ciudad y escape a mi destino.
Iré a Samarra y allí la Muerte no podrá encontrarme”.
El
mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él, le clavó las espuelas
en los ijares y partió a todo galope.
Luego
el mercader vino al mercado y me vio de pie entre la multitud, se me acercó y
preguntó: “¿Por qué le hiciste a mi criado un gesto de amenaza esta mañana?”
“No
era un gesto de amenaza -le contesté-, sino de sorpresa: Me extrañó verlo aquí
en Bagdad, pues hoy por la noche tengo una cita con él en Samarra.”
Qué buen relato. Me ha gustado mucho. La forma de contarlo, la ficción, la historia. Haces que creamos porque lo cuentas como si hubiera sucedido. Felicitaciones. Estupendo. Has cumplido con creces el desafío, ¡y de qué manera!
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