MIMÍ
Entró en su camerino y cerró con llave.
Se sentó y comenzó a sollozar cubriéndose la cara con las manos. Todavía
resonaba en sus oídos la larga ovación del público. Acababa de triunfar con una de las más hermosas y conmovedoras
interpretaciones de Mimí.
Era su gran noche. La había imaginado
cientos de veces, hoy era real.
Llamaron a la puerta.
-¿María José estás ahí?
-Sí, necesito unos minutos a solas.
-De acuerdo.
Logró serenarse. Fue reviviendo los días
hasta llegar aquí, cantar el papel protagonista de La Bòheme, en un escenario tan prestigioso como La
Scala.
Se había preparado desde su adolescencia
persiguiendo un sueño nada convencional. Se había sacrificado tanto y
renunciado a tantas cosas. Se le agolpaban las imágenes del conservatorio, las
agotadoras clases, la frustración de los castings, los exiguos papeles
secundarios.
Por no hablar de su ritual diario de
maquillaje y vestuario. Y lo que peor llevaba, haber arrinconado sus deseos
sexuales durante todo este tiempo.
Descubrió un ramo de rosas sobre la
mesita auxiliar que no había visto al entrar. Olió el aroma de las flores. Leyó
la tarjeta: “Sí. Mi chiamano Mimí, ma il mio
nome è Lucia”. Sonrió. No había firma.
Pausadamente, se fue desvistiendo hasta
que quedó desnudo frente al espejo. Ahí estaba él. Sí, lo había conseguido.
Había cantado con rotundo éxito un papel de soprano. Había alcanzado su sueño.
El Destino le había regalado una voz
especial. Una atrofia en la laringe evitó que perdiera su tiple infantil. Él no era uno de los castrati.
Lo suyo no había
sido algo artificial, provocado, era un simple capricho de la Naturaleza.
Se había servido de su voz y una
apariencia de mujer para lograr su anhelo.
Nunca hubiera llegado al cénit de esa
noche si hubiera declarado ser un hombre. No se lo habrían permitido. Hubiera
tenido que conformarse con exiguos papeles de contratenor.
Allí de pie, con cara de Mimí y
cuerpo de hombre, volvió a considerar, una vez más, el dilema moral que le
perseguía, la impostura de su vida.
Se sentó delante del tocador, cogió un
algodón y comenzó a retirar el maquillaje de los ojos y labios, suavemente.
Daban por supuesto su femineidad al verle y oírle
hablar. Las apariencias a veces engañan ¿No es cierto? Con frecuencia se ve lo
que quiere verse, no la auténtica realidad. Él era un hombre con voz de mujer.
Se justificaba sin
convencerse del todo.
Aplicó un poco de leche
limpiadora en un nuevo algodón que fue deslizando por el rostro incidiendo en la frente,
nariz y barbilla.
¿Y el nombre, María José? Sí, se lo había
cambiado. Su padre lo inscribió en el registro como José María, una simple
permuta, una pequeña travesura.
Acabó de desmaquillarse
aplicando un tónico hidratante para refrescar la cara y el cuello.
Se miró una vez más en el espejo y se
vio limpiamente. No, él no era
un impostor.
Ahora sí estaba convencido, no volverían
a asaltarle las dudas. La verdad de su vida era muy simple, un hombre que había
logrado su sueño.
Mientras entraba en la ducha, le
sorprendió una incipiente erección.
Me parece muy bueno tu relato y me alegro mucho de que te animes a compartir tus creaciones. Felicidades!
ResponderEliminar¡Bienvenido Juan! Y vaya entrada triunfal has tenido, te felicito. Es un honor compartir este blog con creadores tan interesantes como tú. Te animo a que sigas compartiendo tus relatos. Un abrazo, Per.
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