lunes, 8 de junio de 2015

EL ULTIMO EN REIR (Capítulo I - Mª Pilar Beorlegui Bariain)




La imprecación que sale de mi boca es el fiel reflejo de la furia que habita en mis entrañas. Me llamo Jorge y me encuentro de  ante la pantalla de un cajero. El escueto saldo disponible en mi cuenta me confirma por cuarta vez en esta semana que el cretino de mi jefe coontinúa sin abonarme la nómina. Es una jugarreta que se viene repitiéndo cada dos meses, pagando al siguiente, y vuelta a empezar. Con ello el muy canalla se siente a salvo de verse denunciado por los trabajadores, puesto que no incumple la ley vigente que lo permite cuando se adeudan a partir de tres. Este comportamiento supone una contínua humillación tanto para mí como para mis compañeros, porque tengo que hacer malabarismos cada día para poder comer, pagar el alquiler y llenar el depósito de gasolina para acudir al trabajo. No puedo permitirme irme de cena con la cuadrilla y me muchas ocasiones me veo obligado a tirar de pequeños préstamos familiares y de amigos. Sin embargo, el Sr. Víctor Pedreras, es decir, el dueño de la empresa donde trabajo, no ve mermada su calidad de vida, puesto que acaba de cambiar su anterior BMW320 por un Audi9 de última gama. Todo ello por no hablar de su magnífico piso en el centro de la ciudad, ni de su chalé en Baztán. El chalé... ¡cuando pienso en las horas que nos temos tirado Sergio, David y yo trabajando gratis en la instalación eléctrica, los paneles térmicos y las placas solares...! Y menudo morro le echa a lo que él denomina "viajes por expansión de negocio", y con esa excusa vive a papo de rey visitando lugares como Nueva York, Viena, Pekín y Tokio. ¿Y qué ocurre cuando, al cabo de mes y medio requerimos una explicación porque todavía no hemos cobrado? Pues que desde dirección se nos comunica que "lamentan no poder pagar hasta que lo hagan los clientes, porque el dinero que hay está reservado para pagar el suministro de material, ya que de otro modo no tendríamos trabajo. Paciencia, que pronto cobraréis"
No puedo más. Me invade la indignación. Durante los cuatro años que llevo en la empresa, me he debatido entre la educación recibida por mis padres y la injusticia que percibo por parte de mi jefe . En mi casa ha prevalecido el orden y el respeto, la obediencia a reglas éticas y morales. Pero ante leyes inaceptables y conductas intolerables ¿qué hacer? Salgo a la calle furioso. Trato de serenarme y enciendo un cigarrilo. Me vienen a la mente los dos compañeros con los que más confianza tengo y que son los que me acompañaron a hacer el trabajito extra. Tanto David, bravucón por naturaleza, como Sancho, juerguista empedernido aunque imposibilitado por las circunstancias, me tienen dicho que hay que actuar de forma contundente. Tanta burla acumulada tiene que tener un final, y de algún modo hay que dar un escarmiento. Pero ¿cómo? No se trata de pinchar las ruedas, ni de producir menos ni de hacer huelga, que sólo redundaría en más pérdidas para nuestros  bolsillos. No; se trata de cobrar lo nuestro. ¿No ha dicho Agustín, el encargado, que este fin de semana toda la familia iba a visitar la feria de Milán ?.  Saco el móvil y al instante escucho una voz:
- ¿David? Salgo del cajero y nada, chico. ¿Tu tampoco? Si,si, ya. Oye, se me ocurre una cosa: ¿Por qué no vamos mañana los tres al chalé ?. Yo tengo llave, porque me hice copia. ¿La alarma? Conozco sistemas para inutilizarlas y ...¿cómo? No, no se si tiene caja fuerte, pero si no, lo vamos a cobrar en especie: aparatos, cuadros, joyas... ¿estás conmigo? ¿Si? Vale. Pues mañana , puesto que la familia está  fuera,  vamos con la furgoneta de mi hermano. Avisa a Sancho, y quedamos a las tres en el bar Amaya y de ahí salimos hacia Baztán. Ya me encargo yo de llevar ropas y material.
A continuación, marco el número de mi hermano Pedro, que es el dueño de la furgoneta y se la pido con la excusa de trasladar unos muebles a casa de un amigo.
Es sábado. Los tres amigos nos saludamos y entramos al bar. Es palpable la excitación que sentimos ante lo que vamos a acometer. Pedimos un café y nos sentamos en la mesita del fondo para evitar ser  oídos por la clientela.
- ¿Dispuestos a llevar a cabo cueste lo  que cueste? - pregunta Sancho con sonrisa burlona.
- ¡Aunque tenga que llevarme por delante a quien sea! - responde categórico David.
- Sí, -intervengo- pero siempre y cuando llevemos el plan al pie de la letra, si no, fracasaremos. Entraremos por la parte trasera y dejaremos la furgoneta escondida en el hayedo que  hay a 100 m del seto. Saldremos del coche con los buzos puestos y tambien con guantes y capucha  ¿está claro?
-De acuerdo, pero siempre y cuando aseguréis que después nos correremos una juerga descomunal -exige Sancho.
Y los tres soltamos una carcajada.  Después, una vez en la furgoneta, vamos repasando las instrucciones sobre un plano que conservábamos.Esta noche he estudiado detenidamente los pasos de instalación de diversas alarmas; incluso he pensado en la posibilidad de que el propietario haya podido instalar alguna otra cámara supletoria y por eso he estimado conveniente el uso de las capuchas.
 Llegamos  al punto de destino que es un hermoso chalé independiente situado en una bifurcación anterior a la entrada del pueblo. Un paraíso de naturaleza de un verde espectacular con vista a montes del bajo Pirineo. Un terreno parcelar de 1900 m2 y 286 m2 de casa dividida en dos plantas.  La cancela está abierta. No se ve a nadie por los alrededores. Aparcamos la furgoneta en el lugar previsto, fuera de la vista de la carretera y de cualquiera que pudiera pasar. Salimos  uniformados, enguantados y encapuchados, tal y como lo requiere el plan. Una vez dejada atrás la cancela, nos acercamos hasta el porche, lugar donde está el dispositivo de la alarma. Abro la compuerta y examino el sistema. No parece complicado. Acciono unos cables y finalmente escucho un "ploc" e inmediatamente se apaga la luz verde. Listo: está desactivada. Suspiro de alivio. Sólo hay que sacar el juego de llaves para abrir la puerta. Espero no hayan cambiado la cerradura. Afortunadamente, se abre. Ya está. Si no fuera por los guantes los tres nos frotaríamos las manos. Estamos dentro de la casa. Huele a limpio y un poco a cerrado. Son las cinco de la tarde y hay luz, aunque dentro de una hora, el sol  declinará.  Para entonces, habrá que desvalijar cuanto sea posible. Lo primero que  apreciamos  es la sala de estar, que está en perfecto orden. Lástima tener que revolver un recinto tan impoluto y con tan buen gusto decorado...!. Pero qué diantre, hay que cobrarse la deuda, y a buen seguro que ni el caradura Pedreras ni su familia se molestan un ápice en limpiar esta preciosidad, porque lo hará personal a su servicio para ello. Así que:
- Tú y yo la planta baja -le digo a Sancho  sin mencionar su nombre para evitar posibles inconvenientes- y tú a la planta de arriba -apunto a David- . Si algo se resiste, silba.
Y así comienza la inspección. Abrimos puertas, cajones, palpamos paredes, miramos detrás de los cuadros... Encuentro una pequeña caja fuerte en un cajón. Al forzar la cerradura con un destornillador, consigo abrirla, pero no hay gran cosa: unos 200 euros. Al cabo de 25 minutos lo único que nos ha parecido viable y de cierto valor han sido  dos  televisores, dos tablets, tres cuadros  y un reloj de pulsera... Me estoy desmoronando y a juzgar por la caída de brazos que observo en mis compañeros, intuyo el desencanto general.  En ese momento, se escucha ruído de motor. ¡Sin duda es un coche, y está entrando por la puerta de entrada al jardín!. Se escucha un portazo y alguien sale  del coche.Nos miramos desconcertados y nos agachamos. La persona se  dirige al porche para desactivar la alarma y comprueba que está apagada se queda quieta unos instantes. Luego se da media vuelta y camina hacia la puerta de la vivienda.
- Y ahora ¿qué hacemos?- exclama Sancho.
- !Rápido, al baño! - es lo único que se me ocurre.
 Va a entrar. En efecto. Es una joven. No sale de su asombro ante lo que contempla: Una sala desvencijada, con claros que denuncian  la ausencia de los objetos que habitaban encima.
- ¡Dios mío! ¡Ladrones!
Horrorizada se da media vuelta para huir, pero en ese momento, salen los tres y corren tras ella. La alcanzan y vuelven a meterla en la casa. La joven se debate y grita desaforadamente. La vista de tres encapuchados con tan burdo atavío no hace sino acrecentar su espanto. Sancho le tapa la boca y David la amordaza con su propio pañuelo de cuello.
-¡Calla, estúpida, o no respondo de mí! -espeta David.
- Joder, ahora sí que estamos listos! ¿Y qué hacemos con ella? -inquiere Sancho.
Yo, en el colmo de la confusión y contrariedad, en un alarde de coraje que ni yo creía, suelto:
- Pues  ¿no queríais pasta? ¡Este será nuestro botín! Pediremos rescate por ella.
Los ojos verdes de la chica se abren desmesuradamente, clavándose aterrada en los míos. Rechazamos los enseres voluminosos y nos reservamos los minúsculos. Luego esperamos a que las sombras de la noche nos cobijen para ocultar nuestra fechoría. Salimos con la chica que se resiste inútilmente.  Es un secuestro. Para ella comienza una epopeya que marcará su vida. Para mí el comienzo de la peor pesadilla.

1 comentario:

  1. Wow, ¡qué buen comienzo de novela! Te he pasado por mail algunos comentarios, sobre todo son de temas de puntuación... ¡esta novela promete!

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