lunes, 16 de noviembre de 2015

Fuera de órbita


Llueve chatarra cósmica.
¿Que esperabais?
Toneladas de porquería orbitan sobre nuestras cabezas tan pesadas como los pensamientos que un día las generaron. Energía negativa lanzada al espacio en forma de odio, guerra, sangre y otra vez odio , guerra y mas sangre…
Cualquiera puede creer que son otros los culpables, los que contaminan con su mal hacer, con su intransigencia , con sus ideas tan equivocadas como diferentes de las nuestras; otros, los que se equivocan…
Durante siglos construimos nuestro particular Apolo, pieza a pieza, de la mas grande a la mas pequeña e insignificante. Todas fueron necesarias. Cada cual fue colocando la suya y casi sin darnos cuenta, lo pusimos en órbita.
Y aunque nos engañemos pensando que no tubo ninguna importancia aquella vez que hicimos daño a alguien para conseguir “ser mas” o aquella otra, cuando no supimos decir "no" a quien abusaba de otro, en realidad, si la tuvo y ahora está a punto de caernos encima.
Irak, Libano, Siria…Paris, no están tan lejos en el universo.
De tanto buscar lo que nos diferencia en lugar de lo que nos une, hemos hecho aumentar la gravedad del planeta. Ya nadie se conforma con ser quien es. Seres, comunidades, culturas, todas únicas e irrepetibles buscan unirse en y contra la diferencia. Hoy, paralizados por el miedo , reaccionamos como siempre, destruyendo, en lugar  de ponernos a construir una nueva nave echa de respeto , capaz de explorar el universo hasta el infinito y mas allá.
No estaría mal que cuando Apolo, termine de caernos encima , nos enteremos por fin de que va esto.
Al menos que aprendan los que vivan para contarlo

martes, 3 de noviembre de 2015

LUISA, LA TIA HIPÓCRITA (primera parte) - Por Mª Pilar Beorlegui Bariain




Hace media hora estaba rebosante de satisfacción: en sólo una semana he logrado la venta de tres coches, aunque la guinda ha sido el último, un Audi9 última generación. Esto podría valerme el nombramiento como Jefe de Ventas por parte de Enrique, el director del concesionario, ante las caras verdes de envidia de mis compañeros Claudio y Damián...Podría, digo, de no ser por la inoportuna llamada de Merche, mi cuñada. En ella me informa que, por fin, puedo hacer realidad el gentil ofrecimiento que le hice a Oscar, su hijo, mi sobrino, de uno de mis riñones y que debo ingresar en La Paz de inmediato. 

¡Qué contrariedad!

Una vez llegada allí, Carmen, la enfermera, me conduce a la sala número 4.
- Aguarde ahí, con sus compañeros, hasta que se les llame. -y se retira.

Ante mi estupor, encuentro a Roberto, novio de Amaya, amiga de Merche, un joven de buena presencia, lo admito, pero que no me cae bien, porque es un oportunista que pretende sacar tajada de todo. De hecho, me temo que vaya con Amaya porque su padre tiene más pasta que un torero, así que barrunto que si está aquí es por sacar una respetable ganancia. 

También está  Patricia, tía de Oscar, pero por la otra parte, es decir, de la de Merche, y no de Antonio, que es mi hermano. Y esta repelente y puntillosa metomentodo ¿qué pinta aquí? Si nunca le he visto menear un dedo por nadie ni fregar un plato, eso sí, tiene la manía de comer con cubertería de plata, porque se la friega la muchacha. ¿Acaso pretende dar instrucciones de cómo he de comportarme antes de que me rajen?

- Buenos días,- saludo a mis dos interlocutores, que me miran de arriba abajo.
- Buenos días - me responden esbozando una forzada sonrisa, cada cual a su estilo.

- Y a vosotros ¿qué os trae por aquí?
- Pues lo mismo que a tí, Luisa. Donar nuestro riñón para Oscar - suelta Patricia con socarronería-
- ¿Cómo? ¿Vosotros dos también?
- En principio somos tres - dice Roberto-, pero también ha sido llamado Carlos. Lo que ocurre es que se ha marchado porque le han llamado urgentemente del banco de sangre.
¡El que faltaba! me digo en el colmo del asombro. He visto revolotear a este tipejo en todas ocasiones habidas y por haber en casa de mi cuñada. ¿Qué busca Carlos ? ¿Por qué Merche es tan estúpida de contar con este don nadie en una circunstancia así? Aunque tampoco me explico que cuente con los otros dos...

En ese momento, entra Carmen, la enfermera,  que anuncia:

- Señoras y caballero: Ya saben que Oscar necesita el riñón, y el chico espera ingresado en una de las plantas para hacer las pruebas pertinentes antes de proceder al implante. En cuanto a Udes., el hospital  estima y así se lo pedimos a Merche en su día que era  conveniente que hubiera más de un donante. Por eso están Udes. aquí, incluso el caballero que marchó a toda prisa, quien ha asegurado que mañana contemos con él. Sí. Mañana mismo Udes. deben comparecer a las ocho de la mañana aquí en ayunas, porque tendrá lugar una analítica, que es la que revelará quién va a ser el donante de Oscar. Por la tarde se le practicará la extirpación. Muchas gracias a todos.
Los tres nos miramos perplejos. Mis interlocutores, al igual que yo, guardan silencio. Carmen sonríe, porque lee el pasmo en nuestra cara, y trata de animar:
- Vamos, vamos. Estoy segura de que Merche estará muy contenta al saber que los cuatro hayan llegado hasta aquí, sin mediar excusas. A mi me llena de orgullo contar con personas como Udes. Les propongo que cenen ligero, se tomen una tila y traten de descansar lo mejor posible.

La muy cretina, lo suelta como si tal cosa... ¿Acaso puede estar alguien tan feliz sabiendo que le van a quitar algo tan importante como un riñón? Por algo está el dicho: cuesta un riñón. Lo que pasa es que fuí imbécil el día de Reyes, cuando al ir a merendar el rosco, no llevé nada con qué obsequiar a mi ahijadito del alma. Y y cuando ví su cara interrogante de quince años, no supe qué argüir: "hombre, Oscar, tú eres mayorcito para juguetes, pero mira, el mejor regalo es una parte de tu tía: te asigno uno de mis riñones para cuando te llamen, cielo" le dije con voz temblorosa, ante su sonrisa angelical y la lagrimita de Merche. Y claro: tenía que llegar el día.

Salimos todos. Nos despedimos con una forzosa cortesía y quedamos en vernos a la mañana siguiente. Ya sola y en el coche, me digo una y mil veces que no, que no quiero hacerlo. No quiero desaprovechar la magnífica oportunidad que tengo en el trabajo, y me niego a tirarla por la borda. Hay tres riñones más, y tengo que echar el resto para que desechen el mío. Mi tabla de salvación es la analítica. Así que voy a informarme sobre los requisitos para que salga desbaratada.

Efectivamente. Ya sentada ante mi ordenador, descubro con alborozo que una diabetes o un azúcar sumamente alto es causa para no poder ser donante de riñón. Así que me voy al súper de abajo, me compro dos bandejas de pastelitos, seis cocacolas y dos tabletas de chocolate. Me doy un banquete suculento, saboreando de antemano el  estrepitoso resultado de mañana... Y ahora sí, me duermo tranquila.

Llega la mañana. Son las seis y media. ¡Cuanto me ha costado  conciliar el sueño, por culpa de las cocacolas, pero ya hacia las dos me dormí  de un tirón. Tengo tiempo. Tengo una sed de camello, pero no pienso beber ni gota, no sea que el agua reduzca el nivel de azúcar que debo tener. Aunque me siento rara ¿no me dará algo? Espero que no, pero por si acaso, tomaré la precaución de coger un taxi y no ser yo quien conduzca. Me ducho y me pongo un conjunto discreto pero elegante. Me maquillo sin prisa y trato de atenuar las terribles ojeras que observo. Aun me queda un tiempo. Escucho la radio, a Carlos Herrera y me disipo... Hasta que me doy cuenta de que son las siete y cuarto. Llamo al taxi. Bajo y aparece en dos minutos.

Ya estoy en la sala de ayer. Al tiempo aparecen los otros tres citados. Esta vez saludo a Carlos, a quien ayer no ví. Este se muestra efusivo,  como si fuese el alma de la fiesta, si a esto se le puede llamar tal. Roberto le mira con cierta frialdad. Patricia suspira con dramatismo. Al final, entra una enfermera y anuncia que ella es la encargada de sacar sangre. Yo soy la segunda. Pero los cuatro aguardamos, hasta finalizar el proceso.    

continuará...


Mª Pilar Beorlegui Bariain