domingo, 31 de mayo de 2015

Concurso literario


La editorial Tandaia convoca el Premio de novela juvenil Cepa 2015


Premio de novela enfocado al lector adolescente


Premio de Novela Juvenil CEPA 2015Editorial Tandaia se place en comunicar la convocatoria del concurso de novela juvenil CEPA 2015, que recibe el nombre de la colección orientada al mercado adolescente que será inaugurada en breve. Porque es tan importante dar la oportunidad de publicar a nuevos valores, como el fomentar la lectura entre los más jóvenes.

Las bases que rigen el concurso son las siguientes:


Primera. Se podrá presentar una única obra original e inédita firmada con nombre y apellido, o bien seudónimo, y datos de contacto; siendo condición indispensable el ser mayor de edad y residente en España.
Segunda. La temática de las obras presentadas será libre independientemente de su ambientación fantástica, futurista o contemporánea-realista, pero cuyo segmento de lector objetivo sea el adolescente.
Tercera. Los originales deberán estar escritos en castellano a doble espacio, con tipo de letra Arial o Time News Roman a tamaño 12.
Cuarta. Se otorgará un único premio consistente en la publicación de la obra ganadora, dándose a conocer el fallo el 3 de agosto de 2015.
Quinta. Los originales deberán ser enviados  Leer bases completas

viernes, 29 de mayo de 2015

REBELION EN LA HUERTA. Capítulo I.



Con todo el calor de las cuatro de la tarde, la pequeña mariposa apenas puede con sus alas ; revolotea de las judías verdes a las lechugas, de las lechugas a los pepinos, de los pepinos a las cebollas y por último se posa en un enorme tomate maduro.
La mano de Gertrudis adornada con uñas de color azul avatar, lo recoge con cuidado y lo coloca en la cesta repleta que Faustino lleva colgada del brazo.
_ ¡Fausti! , ¿estas ahí?
Una voz chillona llega hasta ellos antes que el sonido de unos tambaleantes pasos.
_Aleluya, aleluya cada uno con la suya-murmura Faustino al ver aparecer, entre las hileras de judías, una cabellera blanca y unos ojos que le miran embelesados.
-Aquí estoy, Cándida.
Gertrudis se vuelve  hacia la recién llegada con otro enorme tomate en la mano.
-¿Qué tal la siesta?
-Muy bien, hemos tenido tiempo para todo. ¿Verdad cariño?-responde Cándida mirando coqueta a Faustino.
La chaqueta color lila sobre el camisón blanco harían un bonito conjunto de no ser porque están del revés.
Faustino  le guiña un ojo cosa que la anima a acercase aún mas y colgársele del brazo que le queda libre.
Gertrudis sale del bancal con los surcos de la cara brillantes de sudor, se limpia las manos en la bata y guarda las tijeras en uno de sus bolsillos floreados.
_Creo que ya tenemos bastante por hoy. ¿Volvemos?
Los tres caminan despacio hacia el edificio pero Cándida revolotea a su alrededor con mas energía de la necesaria en un día tan caluroso.
Al llegar al porche el trío se detiene. El toldo de rayas blancas y amarillas , en la parte baja del edificio de dos plantas, proyecta una sombra perfectamente calculada para las 10 sillas de ruedas tan bien alineadas que parecen un desfile de sidecares de guerra. Apoyada en una de las sillas, Blanca, con  un uniforme tieso haciendo honor a su nombre y carácter y un gesto de hemorroides crónicas que espanta grita:

-¡A comer! Venga, no me hagáis lo de todos los días.

Pasan unos segundos en los que nadie parece haberse percatado de su presencia.
Blanca era meticulosa en su trabajo. El repaso diario tenía que ser exhaustivo, no estaba dispuesta a volver a perder a otro residente como el año pasado. Menos mal que Cándida apareció al fin en la caseta de herramientas.

En el otro extremo del huerto, junto a la tapia, una calabaza enorme yace en el suelo abrazada por un hombre con gorra blanca y chándal marca decathlon.
-¡Eusebio! ¡Vamos, que es para hoy!
Gertrudis se dirige hacia la enfermera con cara de buena después de dejar caer unos cuantos improperios en voz baja.
-Ya vamos, estábamos cogiendo unos tomatitos para la ensalada.

Cuando Blanca, con un gesto profesional acciona el mando del freno de Serafina, comprueba que esta se le ha adelantado y está ya en posición de arranque mirándola desafiante. El negro de su atuendo contrasta con el blanco sanitario y por unos segundos las dos mujeres parecen una pareja de novios en plena disputa que terminan por reconciliarse entrando en el edificio de “Los Girasoles”.

En el comedor , cada una de las diez mesas amarillas  custodiadas por columnas y paredes del mismo color, agrupan a cinco ancianos a su alrededor. Hay un murmullo de voces lentas mientras Faustino reparte en cada una de ellas un plato de tomate en ensalada , aún calientes por el sol, hasta completar una imagen castiza en la sala.
Al contrario de lo que desearía , sus compañeros no reciben con muestras de alegría tal exuberancia culinaria y estética sino que todos dirigen su atención hacia la entrada.
Ester ha llegado y se ha detenido en el centro del comedor.
_Por favor señores y señoras, escúchenme un momento. Antes de que empiecen a comer quería anunciarles una novedad, un nuevo servicio para el centro que creo mejorará enormemente su calidad de vida.
Tras una pausa, conseguida la atención de la mayoría de los ancianos, la directora anuncia sonriente:
_Se trata de la instalación de una piscina de hidroterapia.
Tras unos segundos de silencio, las cuidadoras inician unos tímidos aplausos secundadas desde las mesas por algunos residentes, mas por imitación que por iniciativa propia.
Faustino, que todavía no se había sentado en su mesa, levanta una mano tímidamente mientras piensa con temor que el traje de chaqueta  gris que viste hoy la directora, augura un mal presagio.
_¿Y donde la instalarán?
En una de las mesas están sentados Eusebio, Gertrudis, Serafina y Cándida todos mirándole expectantes.
_Donde está ahora el huerto. Por supuesto, habrá que prescindir de el, pero estoy segura de que el nuevo servicio les compensará con creces.

Sentado en su cama, Eusebio mira las pantuflas de piel marrón de Faustino moverse de un lado a otro con paso marcial mientras Gertrudis , su mujer, vigila la puerta entreabierta de la habitación de matrimonio.
_Ya viene. Estamos todos.
Cándida llega nerviosa, localiza con la mirada a Faustino y se queda a su lado escuchándole con atención.
_Bien, conservemos la calma-la mente creativa de Faustino se pone a funcionar. _Está claro que tenemos que buscar una estrategia.
Serafina desde su silla de ruedas deja de hacer repaso a la mesita de noche de Gertrudis, en la que no caben mas botes de abalorios de colores, e interviene:
_Ya, y ¿qué pueden hacer cinco ancianitos contra una directora Master en psicogeriatría?
_No se.. hay que estudiar el proyecto-las pantuflas de Faustino se mueven ahora de un lado a otro con pasos cortos-buscar sus puntos débiles-se detienen- y .. ¡atacar!
_¡Que bien hablas, cariño!-grita Cándida aplaudiendo sin quitarle ojo.

Eusebio sigue sentado en la cama cabizbajo hablando a un manojo de fotos de calabazas en distinto estado de crecimiento.
_Quedaba tan poco para conseguirlo.. la había criado como a una hija.
Gertrudis le observa preguntándose de dónde le vendría a su marido tal afición por las verduras.
_¿Y si votamos?-propone.
Serafina se da media vuelta para ponerse frente a su amiga impulsando enérgicamente el aro derecho de su silla.
_¿Para qué si estamos todos de acuerdo?
_Gertrudis tiene razón-de nuevo las pantuflas vuelven a caminar por la habitación a ritmo militar-hay que conseguir que todos los residentes se pongan de nuestra parte.


En la sala común hay 18 residentes sentados en círculo y en el centro Rosa, vestida con su uniforme de enfermera sobre el que destaca un collar de cuentas de colores, sujeta en la mano una pelota.
_A mi me gusta….¡jugar!
La pelota va de las manos de Rosa a las de Serafina que la recoge con la habilidad de una jugadora de la NBA.
_Que juego mas tonto, Dios.
_¡Venga, Serafina!- le anima Rosa .
_A mi me gusta…ganar al chinchón.
La pelota está a punto de caer de las manos de Cándida que sorprendida la abraza como si fuese un gatito, busca con la mirada en el círculo y la lanza diciendo
_A mi me gusta…Faustino.
Faustino la atrapa y le devuelve la mirada sonriente. Serafina, a su lado, le da un codazo y se acerca para cuchichear.
_¿Cuando piensas decirle que no eres su marido?
_Déjala mujer, si le hace ilusión…

En el centro del círculo, Rosa mira el reloj.
_Faustino, le toca a usted. Díganos, que es lo que mas le gusta.
Después de hacer un barrido pasando revista a los diecisiete ancianos que le rodean, cosa que le desanima un poquito, Faustino consigue recuperar el temple para decir, mirando primero a Rosa , antes de lanzar la pelota a Félix:
_A mi me gusta cuidar la huerta y propongo que votemos.
_Pero, Faustino.. eso es una decisión de la dirección-le dice Rosa poco convencida.
Félix se pone de pié y empieza a votar la pelota en el centro del círculo.
_No, Félix. Es una votación : Huerta o piscina, le aclara Faustino que empieza a pensar que la batalla está perdida.
_ Ahh…pues yo me apunto a la huerta, el agua para las ranas.

La pelota está ahora en las manos de Gregoria que se la pasa a Carmelo antes de alejarse del grupo diciendo:
_Lo siento, tengo una urgencia.
Todas las miradas están clavadas ahora en Carmelo, pasan unos segundos eternos hasta que este pronuncia la palabra temida:
_Piscina.
La pelota vuela ahora hasta las manos de Bonifacia que apenas puede mover los brazos enfundados en un jersey de cuello alto, una bata acolchada y un abrigo de paño que se completan con una falda hasta media pierna, leotardos y unas zapatillas forradas de borreguito.
_Pero, la piscina será de agua calentita ¿no?
Rosa que hasta ahora no había intervenido por encontrarse en un estado mezcla de sorpresa y miedo a tener que sofocar una rebelión, le responde mas animada:
_Claro, Boni, a unos 35  grados.
_Entonces, voto piscina.
Faustino se levanta excitado arrebatándole a Rosa el papel de animadora a la que piensa, no le vendrían  nada mal algunas ideas  nuevas en su programa.
_Bueno, repasemos la votación a mano alzada. ¿Votos para la huerta?
Siete manos se levantan a las que se une la de Cándida unos segundos mas tarde después de recibir un codazo.
_¿Piscina?
La voz de Faustino suena un tono mas bajo ahora.
Ahora son nueve manos las que se alzan en el momento en que vuelve Gregoria del baño.
_Solo faltas tú, Gregoria- le suplica Faustino.
_No me gustan los empates así que voto… piscina.
Rosa aliviada, se dirige a Faustino que esta junto a ella en el centro del círculo con la mirada clavada en la pelota.

_Lo siento, mitad mas uno.  Gana la piscina.







jueves, 28 de mayo de 2015

Dragones y princesas

La tarde es apacible con ese encanto que el otoño ofrece y que invita a recogerse, parar y meditar. La madre camina despacio pero con cada paso intuye que algo no va bien.Al fondo del parque la atracción desentona inquietante envuelta en colores agresivos y luces parpadeantes.La niña sin embargo, no lo siente así. Colgada de la mano adulta, hipnotizada, se acerca con pasos cortos y la mirada fija en una fila de vagones parados.Junto a la plataforma esta la taquilla, una diminuta caseta decorada con la figura desproporcionada de una princesa que alberga a una también diminuta señora de edad indeterminada con atuendo y cabello negro recogido en un moño.La niña mira a su madre implorante y la madre mira a la señora que mantiene un gesto de apatía  encerrada en su casita de colores, como si estuviese allí sólo para evitar que alguien se aventure a emprender el viaje.El dragón de oro, bajo un rótulo de letras gigantescas, espera tranquilo que la niña termine de convencer a su madre.-Un viaje mamá, por favor!Desde su refugio, los ojos oscuros miran el billete con indiferencia  mientras unas manos diminutas empujan una ficha color fucsia. La niña no puede apartar la vista de la princesa dibujada en la casita .-Vamos, mama!La maquina empieza a funcionar y el ruido de sus engranajes derrota al suave sonido del viento haciendo remolinos con las hojas caídas.La madre ve alejarse con angustia la rubia cabellera de su hija engullida por el dragón y en ese mismo instante descubre que en la casita , la señora también la sigue con la mirada.La taquillera no sabe en que momento descubrió que la princesa no era tan bella y que jamás encontraría un dragón dorado.No sabe cuando salió de la boca del dragón y siguió dando vueltas sin fin convertida en esposa, madre, trabajadora, madre, trabajadora....De pronto el dragón se detiene.- Otra vuelta mama!Las dos mujeres se miran . ¿Cuantos minutos, años, vidas..han pasado?-No cariño, otro díaEl viento vuelve a hacer remolinos en el suelo mientras madre e hija se alejan y la taquillera desaparece en su casita de princesa.

lunes, 25 de mayo de 2015

RASGUEO DE GUITARRA - Mª Pilar Beorlegui Bariain




Rasgueo  de guitarra  asaltando el alma, cascabeles en el corazón, escalofrío de terciopelo. Erupción de los sentidos...
Sopla el viento del sur en una noche de abril pespunteada por tenues farolillos ofreciendo al cortijo fantasmagórico semblante.
Se vislumbra en el centro  un patio con pozo jalonado de incontables macetas de geranios, y en un punto concreto, sentado el artista entregando su alma a la reluciente caja de noble madera, voluptuosas curvas y boquiabierta entraña. Con reverencia, musita un misterioso cumplido, la abraza y comienza su juego acariciando sus cuerdas, consigue la venia y ataca arrancando dulces gemidos de su esencia de mora...
Rasgueo de guitarra, y en sus notas se eleva un hechizo en la noche que agita la azul penumbra y perfila las siluetas oscuras de un galán esbelto y la de una morena azabache, diosa andaluza de armonioso e insinuante cuerpo. Dos corazones que tiemblan a unísono,  conmovidos por el maestro y la cautiva.
El mozo se aproxima con cautela hasta rozar como pluma de ave un brazo de la muchacha; ésta simula oposición inoperante, y tras este gentil consentimiento, posa su mano osada en el grácil talle que se estremece, apoya su rostro contra el suave cuello que jadea, susurra un sortilegio al oído que la derrota y abrasa y ambos resuelven perderse entre los jacintos, fundirse en un prolongado abrazo con sabor a sal y azahar. Rasgueo de guitarra y la luna ataviada de refulgente plata es testigo de la ardiente pasión con que son conquistadas guitarra y amada...
Tal vez mañana, tras el alba, y cuando el sol luzca a raudales, tan sólo queden unos ojos verdes de extinto fulgor que ya no recuerden nada, una niña que no se cansa de soñar y una guitarra abandonada, en un eterno bostezo, hasta que sus cuerdas vuelvan a ser rasgadas.

viernes, 22 de mayo de 2015

LAS TARDES DE DOMINGO

   

 Las tardes de domingo eran eternas,pero ….¡ el tiempo es tan relativo,cuando tienes 9 años y la vida por delante..!

           Puedo jugar a diseñar trajes para mi muñeca recortable.Tengo unas revistas viejas que
        la modista le regaló a mi madre.Ya le he hecho un vestido de playa,otro de noche,varios  bañadores y un uniforme nuevo….Creo,que por ahora,ya tiene suficientes…

  ¡Ya sè!.. pondré la radio  y prepararé la canción del “submarino amarillo”, a ver si la ponen esta tarde porque la he oído más de 20 veces y sólo me queda una palabra que no la pillo.Mi colección de canciones con las letras copiadas a toda prisa,es una de mis joyas.Las  canto a pleno pulmón cuando estoy sola, ya sean de Fórmula V,de Nino Bravo o de los Beatles..pero es que el inglès me trae de cabeza.¡Bastante tengo con el francés del colegio y “Le chancons de Roland”.


 También puedo pasar al  álbum de cocina las recetas que me guarda la tìa.Tengo tantas que las voy a seleccionar antes de que se  traspapelen,y además,¡hay postres riquísimos!..


Las hojas y flores que recogì,en el campo de futbol,mientras jugaba mi hermano con los alevines,creo que todavía no se habrán secado.Prepararè las cartulinas,y rotularé los marcos de colores  para pegarlas y hacer esos cuadros primaverales,que tanto me gustan.

Y si no,sacaré mi colección de tarjetas y las iré copiando en mi precioso cuaderno.Me encanta releerlas en la cama,con la luz de la lamparita,y dormirme al son de pensamientos  románticos :”La felicidad es como una mariposa,cuanto más la persigues,más se escapará,pero si vuelves la atención hacia otras cosas..vendrá y suavemente se posará sobre tu hombro”.Haré unas cenefas con el boli de 4 colores y pegaré unos ositos con globos que tengo recortados del papel de regalo de mi cumpleaños.¡Quedará genial!

Y para acabar,pasaré los apuntes a limpio,y así,de paso,me los aprendo.       
Con el tiempo,me hice experta en hacer esquemas y cuadros sinópticos de Historía,y un fichero  ordenado alfabéticamente  de todos los libros que leiá…ya fueran por obligación,como “La Celestina”, o,por devoción,como “Nada”,de Carmen Laforet….Y así transcurrieron muchos domingos y varios años.

Hacer la Reválida, no era divertido,pero para mí fue un reto.Las ideas se agolpan,la emoción te invade,los nervios afloran.Una hoja en blanco te espera,como un lienzo para crear tu obra y sacar todo lo que ha germinado dìa a dìa..domingo a domingo… 

Poco después del evento,las miradas de varias compañeras se dirigían hacìa mí.Yo pensaba:¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho?.....

La profesora de Literatura daba la noticia,que algunas ya sabían….
-Tú nota ha sido excelente.El colegio ha quedado en un buen lugar.Es que como tienes tan buena letra……..
Un rubor delatò mi impotencia y fragilidad
.-¡Qué poca sensibilidad,en una profesora!,además la de Lengua,aquella con la que había descubierto el valioso poder de la palabra,con la que puedes llegar a cambiar el rumbo del mundo…..! -pensé

 Aquel domingo,por la tarde,estaba triste…pero reafirmé mi entusiasmo por seguir mi camino….y como decía Blas Otero: “Me queda la palabra….”       

viernes, 15 de mayo de 2015

Doce



Y por fin hundí el puñal.

Ella me miró como agradeciéndolo, fue algo muy extraño. Pensé que era yo el que interpretaba esa expresión en su cara, nunca podré saberlo porque ahora esos ojos ya no tienen vida. Probablemente fui yo, porque sé que padezco una enfermedad y, por momentos, desconfío de mí mismo. Es igual. Fue sublime. No olvidaré nunca lo que acabo de hacer. Son las doce y doce minutos y me siento pletórico. La sangre recorre mis manos y una luz —porque esta luminosidad en la punta de la daga no puede ser otra cosa— resalta las gotas rojas que caen desde la punta de mis dedos hasta la comisura que los une a la palma. La miro y veo una obra de arte. Ella es única, es la mejor de todas, es mi obra suprema, es la número doce.

Todas las anteriores fueron bellas, fueron musas, algunas morenas, otras no lo sé, pero fueron el camino necesario para ella. Y siempre lo supimos los dos. Siempre supimos que este día llegaría, como cualquier otro día importante, porque es único, es singular y me hace sentir más radical de lo que sé que me sentiría cualquier otro día en el que dejara esas malditas pastillas que sólo tomo para sentirme más estúpido y menos yo, ese que soy ahora, ese que ve la luz, ese que siente el calor cayendo por sus manos, ese que te mira como a una estrella de cine, porque eso eres preciosa, mi número doce.

Ayer fue once y era imperfecto, no podía ser ayer y por suerte no tuvimos que hacerlo, tampoco en noviembre ni el año pasado cuando nos conocimos. Sé que querías que llegara este momento y estabas ansiosa —puede que hasta más que yo aunque lo dudo—, pero no podía ser en otro momento, no podía ser porque no habría significado nada para ninguno de los dos. Estás hermosa así con tus ojos rasgados, estás… Déjame que lo escriba, déjame que deje la marca que comentamos. Nunca habrá una trece, nunca habrá otra más, porque así lo planeaste, así me lo insinuaste al oído sin que yo me enterara que eras tú la que me lo decía, pero me lo dijiste, esa sonrisa que ha quedado dibujada en tu cara es marca indeleble de lo que querías.

Quiero que estés bien, estés donde estés, porque sé que estás aún en algún lado que no puedo ver. Cruzaste la puerta seguramente y no podía ser en otro momento, como me dijiste, aunque tu voz lo negara, aunque anoche te arrepintieras y gritaras y suplicaras y fueras débil y creyeras que todo esto había sido un error, una enfermedad como la mía. Todo se aclaró esta mañana, como sabíamos que iba a pasar, porque era el momento señalado, no hizo falta hablar, no hizo falta más que esta daga, la número doce, la que tú elegiste hace doce meces, la que guardábamos tan cerca nuestro mientras hacíamos el camino hasta aquí. Tus ojos siguen tan abiertos como cuando gritaste de dolor con la primera puñalada, tus ojos siguen entreabiertos como cuando te di la última. Tranquila mi amor, hemos terminado. Ya son las doce y cuarto. La puerta se ha cerrado, hazme saber como sea que todo se ha cumplido, házmelo saber por favor. Y si no lo haces, no importa, sabré siempre que hice lo que tenía que hacer, porque tú me elegiste y, como todos los que me conocen saben, yo siempre doy a cada uno lo que necesita. Un beso, estés donde estés.
Pernando Gaztelu

jueves, 14 de mayo de 2015

Esperanza (2)




 Salinas tocó fondo. Llevaba varias semanas luchando contra una enfermedad que amenazaba con transformarse en crónica. Había superado un cáncer y el alcoholismo, pero esto era algo peor y amenazaba con destrozar su vida para siempre. Salinas estaba a punto de transformarse en un zombie, un autómata. El que una vez fuera un héroe —al menos en su interior— ahora estaba derrotado por la rutina.
 El recuento de horas daba negativo se mirase como se mirase. Salinas era un hombre culto, deportista y creativo. Todo eso había desaparecido en ocho, tal vez diez semanas. No había tiempo para leer, hacer deporte y menos para escribir teatro o música, sus grandes pasiones. Estaba absorto, imbuido en una mezcolanza de trabajo, familia, amigos y quehaceres sociales que no tenían ni pies ni cabeza pero que implicaban en su conjunto las veinticuatro horas del día. Largas jornadas, una tras otra, destruyendo poco a poco la salud mental del pobre hombre.
 Y entonces apareció Esperanza.
 Llevaba tiempo sin verla, probablemente porque él la evitaba. Esperanza es de esas mujeres que vale la pena evitar. Tiene poderes y no son, digámoslo así, nada saludables para hombres como Salinas.
 Salinas conocía a Esperanza desde hacía muchos años. Habían coincidido en algún trabajo, en un club, casualidades de la vida. Hola-qué-tal, algunas reuniones coincidiendo con más gente como ella o como él, pero poco más. Una relación limpia y relativamente distante. De todos modos Salinas sabía mucho más de Esperanza de lo que ella pensaba. Conocía sus trapos sucios, esos que más de uno habría pagado millones por conocer, oscuros secretos personales. Ella había sido uno de sus primeros objetivos de caza, aquellos para con los que nunca tuvo las agallas (o la preparación necesaria) para arremeter y darles el merecido premio —ya imagináis a qué eterno premio me refiero.
 No lo había hecho porque apuntar tan alto suele significar apuntar a morir, y Salinas era demasiado inteligente como para comenzar una caza que no podría acabar. Ahora, veinte años después, todo era de otro color. Llevaba en su haber unos cuantos ajusticiados y podía permitirse «estudiar el caso» con algo más de detenimiento. De todos modos era justo lo que necesitaba, volver a ponerse manos a la obra. Leer, hacer deporte, escribir algo. ¿Qué mejor que hacer un poco de inteligencia en la esquina de  Esperanza para volver a ganar confianza en sí mismo?
Menudo error.
Mil horas invertidas investigando directa e indirectamente a la maldita mujer fueron un infierno. Salinas no sólo había perdido el ritmo de trabajo, sino que había escogido a la víctima más escurridiza, inteligente y bien preparada que jamás hubiera podido escoger. Subestimó a Esperanza creyendo conocerla y resultó que sólo conocía a la Esperanza de dos décadas, aquella mujer con más empuje y carácter que otra cosa. La contrincante contra la que luchaba ahora conocía cada pequeño escondrijo en el sistema y manejaba un nivel de información tal, que más que aliados, tenía súbditos en su propio partido. Es más, Salinas llegó en pocas semanas a la conclusión de que ella ya no formaba parte del partido al que decía pertenecer, ella era una «mercenaria» luchando en un grupo con el que ya tenía poco que ver.
 Noches oscuras, infiltrados de su entorno (¡incluso familiares suyos!), soplones, mucho frío y nada, ni una mísera mancha que pudiera evidenciar claramente el perverso plan de la víctima. ¿Cómo era posible que no hubiera nada de nada donde había existido todo de todo? ¿Se habría transformado en una política legal?
 Salinas no salía de su asombro y su corazón justiciero no daba crédito a lo que la investigación sacaba a la luz. Esperanza no era una persona normal, había muchos, muchísimos cabos sin atar, pero todos acababan en puertos vacíos, en acantilados o desiertos perdidos. Ninguna pista tenía bases sólidas, contundentes, evidencias o al menos conjeturas sostenibles. La otra enfermedad de Salinas —esa con la que había aprendido no solo a vivir, sino a disfrutar de la vida— hacía vibrar sus sienes cambiando la expresión de su rostro. Sangre, confesiones y sufrimiento. Salinas necesitaba y no iba a tener. Salinas llevaba mucho tiempo inactivo y había dado con un hueso duro de roer justo en el momento en el que más necesitaba quebrar huesos y comer lo de dentro… Salinas estaba a punto de perder la razón y eso era algo que Salinas no podía permitirse.
 Y entonces tomó una tremenda decisión.
Con su gabardina negra cuello en alto salió en dirección al centro de Madrid. Rastreó a los guardaespaldas de Esperanza —a los policías y a los privados que sólo conocen unos pocos— y los fue dejando fuera de servicio uno por uno, sin dejar rastro. Esperanza estaba plácidamente dormida en una ostentosa queen size, la habitación en penumbras. Estaba sola, respiraba nerviosa, inspiraba más de una vez por cada exhalación, se movía como a saltos. Salinas la observaba también nervioso. Difícil contener la necesidad, imposible y ineludible deseo. Sacó uno de sus cuchillos, el preferido; la hoja debía medir algo más que un dedo, hecho a mano, bruñido y pulido minuciosamente, con esmero.
El tiempo perdió sentido mientras rozaba los rubios cabellos de la víctima, millones de pulsaciones, una tras otra, cadentes, decadentes, eternas… y por fin clavó el cuchillo.
* * *
Por la mañana en la mesa de noche de Esperanza había una nota. Una pequeña daga la unía a la mesita de roble. Decía:
 «Estoy cerca, muy cerca. Tarde o temprano te mostrarás como eres y estaré allí para que sufras por ello. S.».
 Esperanza sonrió al ver la nota, y dijo a secretaria personal.
—¿Ves? Lo estoy haciendo de puta madre, ¿cree que me va a acojonar? Ja ja ja —estalló con risa maléfica—. Por cierto, despediremos a los privados y contrataremos a otros mejores, con los polis no hay nada que hacer, es lo que tienen los funcionarios, inútiles…

* * *

Salinas desapareció con la bruma de la mañana después de presenciar la escena. La semilla estaba echada, ahora sólo albergaba la esperanza que da el terror. Los ojos de Esperanza eran el terror personificado y Salinas sintió que acababa de comenzar un nuevo capítulo en su vida. A veces el terror es mejor que el dolor, solo es cuestión de saber administrar la violencia según sea necesario.

Pernando Gaztelu