lunes, 4 de mayo de 2015

GLORIA SIN PODER - (Mª Pilar Beorlegui Bariain)




En aquella mañana de mayo de 1926, de vuelta del mercado hacia casa Chu-Li oye un par de detonaciones no muy lejos y se detiene azorada. Al punto cae desplomada junto a ella una paloma que lleva inserta en una pata un papel enrollado en una cinta azul. Mira adelante y atrás, a izquierda y derecha y no ve a nadie. Con el corazón en un puño  desata  a toda prisa el cordón y toma el papel. Calle abajo, dos guardias de gris con estrella roja le gritan haciendo señas para que se detenga. Ella, olvidando la cesta con verduras y frutas huye despavorida. Se introduce por un estrecho callejón corriendo desaforadamente hasta que una puerta se abre sigilosamente y alguien le señala:” por aquí”. Penetra en una oscura estancia. Sus ojos buscan a través de la oscuridad la voz que, de momento, parece estar de su favor, aunque el miedo no la abandona. Un candil de tenue resplandor le muestra la silueta de un hombre de unos treinta años, esbelto y de una altura prominente. Este, con el dedo en los labios a modo de “silencio”, agita una mano con ademán de que le siga. Obedece y los dos caminan por un pasillo oscuro que desemboca en una escalera desgastada. Una vez abajo, hay una especie de corral y al fondo otra puerta estrecha. Antes de llegar a ella, el hombre toma a la joven por un brazo y la lleva junto a una ventana estrecha donde se cuela la luz del sol.
-      Por favor, ¿me entrega el mensaje? Yo soy su destinatario.
La voz es grave. Por la forma de hablar, quien lo hace no es chino, aunque conoce el idioma a la perfección. Sus ojos son azules y el cabello rubio oscuro. Su boca define unos labios finos que dibujan una débil sonrisa. Perpleja ante tal aparición y no menos por la petición del extraño, exclama:
-¿Y por qué tengo que creer que es Ud. el destinatario?
- Si lo abre, verá que va dirigido a Philippe Ducroix, que soy yo.
Chu-li despliega el rollo y constata que, efectivamente, no está escrito en chino, y que hay una palabra, que no conoce, pero que debe indicar el nombre que ha escuchado. Aun y todo se resiste y no suelta el papel.
-      Eso no prueba que sea suyo, y Ud. puede utilizar mi desconocimiento para aprovecharse de mí, que me he jugado la vida.
-      ¿Y por qué lo ha hecho, si a Ud. no le incumbe? ¿Ha escapado del Ejército Rojo para nada? ¿De qué bando está Ud., de los nacionalistas o de los comunistas? Está claro, que si huye de la estrella roja Ud. está a favor de los nacionales, es decir, de Chiang Kai-shek.
-      Eso no es cierto; debe de saber que yo tomé parte en el levantamiento de la
-      “Cosecha de Otoño”, dirigida por Mao Zedong…
-      ¿Me puede explicar entonces por qué escapa de sus partidarios?
-      ¿Qué sabe Ud. de China? ¿Acaso piensa que en esta provincia de Cantón,  aquí en Shantou somos únicamente de un bando? ¿Y Ud., qué está haciendo aquí, a qué ha venido exactamente, no es un espía ruso?
-      Se equivoca. Soy un ciudadano francés, y no he venido a favorecer a ninguno de los dos bandos.
-      Entonces, ¿quién y por qué le envían mensajes secretos?
Philippe, quien a partir del inicio del interrogatorio había mantenido firmeza y cierta arrogancia, se entristece y confiesa:
-      Verá, mi padre está preso en Wuhan, acusado de infiltrarse y ser espía de los nacionalistas. Me temo que vayan a ejecutarlo si no demuestro que no lo es.
-      ¿Lo es? ¿Lo sois? ¿Qué sois realmente, por qué estáis aquí?
-      ¿Nosotros? ¡Somos panaderos! Sólo hemos venido a enseñar  unas recetas exclusivas de unas variedades francesas de pan, solicitadas por el gobierno ruso.
-      ¡El gobierno ruso! Ellos juegan con los dos bandos, y sólo buscan beneficiarse de unos y de otros –Chu-li muestra sus dientes y entrecierra los ojos.
-      Tienes razón. No conozco tu nombre …
-      Me llamo Chu-Li
-      Está bien, Chu-Li. Pero no comprendo cómo te irrita el hecho de que os aliéis unos y otros con los soviéticos, a pesar de sus supuestos intereses, y entre vosotros entabléis una guerra civil, cuando ambos tenéis un enemigo común, que es el nipón…
-      ¡Ah, ya entiendo ahora: vosotros, tanto los americanos como muchos europeos estáis en contra de los japoneses, y por eso aprobaríais que combatiéramos contra ellos ¿no?
-      No es así. Las guerras no debieran de existir.
-      Ya, pero existen los intereses. Mira, por ejemplo, los colonialismos, que son fruto del egoísmo y ambición desmedida. ¿Qué sabes tú de la necesidad y del hambre? Yo no te he dicho aún de qué bando estoy, pero cuando escasea el alimento y ves a otros enriquecerse con los bienes del pueblo apoyas cualquier revuelta en nombre de la justicia.
Philippe observa el rostro revolucionado de la joven. La crispación es patente, pero aún así advierte que es bonita y que a pesar de su juventud conoce las carencias que oprimen a gran parte del pueblo chino. Callan un instante y abandonan todo apasionamiento defendiendo posturas.
-      No sé qué decir –rompe Philippe el silencio- No sé si hicimos bien o mal viniendo aquí mi padre y yo. Obedecimos a nuestro entusiasmo por dar a conocer nuestras novedades y extender así un producto que amamos, que es el pan. No teníamos otro interés. Ahora me veo en esta grave situación y sólo deseo recuperar a mi padre. Los panaderos rusos que nos hicieron venir no han logrado convencer a los mandatarios comunistas de que no es un espía. ¡No sé qué puedo hacer!
-      Es complicado, si. Aunque… quizás…
-      Quizás ¿qué? Podrías tú hacer algo? ¿Conoces a algún mandatario relevante?
-      Podría ser – responde cerrando los ojos con cierta mueca de desagrado.
-      ¿Quién es?
-      Es un general muy amigo de Mao Zedong. Hace tiempo que viene proponiéndome salir con él, pero nunca me ha agradado. Es un tipo brutal y mujeriego y por eso le he rechazado siempre. Pero admito que él sí podría conseguir la libertad de tu padre si…
Philippe está perplejo. Cuando se repone de la sorpresa exclama:
-¡No puedo consentirlo! No, no así Chu-li.
-¿Conoces otro modo?
- ¿Y por qué te sacrificarías por mí, que soy un extraño?
- Porque tú también lo has hecho por mí, abriéndome la puerta.
- Sí, pero yo también lo he hecho para recoger el mensaje.
-Ya, y porque tienes una razón importante, que es la vida de tu padre. No sois culpables del contencioso de nuestra tierra, y es preciso actuar con urgencia. Intentaré que me escuche Zhu De, el general de quien te hablo.
- No quiero riesgos para ti ni para los tuyos.
- Esta es nuestra tierra, aunque no somos dueños de nada, sino de la fatalidad a la que nos arrastran los poderes. Sólo quien tiene necesidad es capaz de apostar, porque no tiene mucho que perder. Y ahora me voy.
Otea con precaución la calle que está solitaria y silenciosa. Sale sigilosamente y desaparece calle abajo. Philippe se queda contemplando la grácil figura que se esfuma como una exhalación. Luego se queda absorto con el mensaje en la mano que relee con más atención. Lo firma Yuri, un ruso que le informa que su padre se encuentra bien, pero temen vaya a ser ejecutado cualquier día. Luego rememora la mirada dulce y penetrante de Chu Li. Unos ojos oscuros dentro de un rostro redondo de marfil, con una boca casi infantil, y un cabello azabache y liso cayendo en cascada sobre sus hombros…
Es mediodía. Luego cae la tarde y por fin llega la noche. No sabe por qué, pero se siente sumamente azorado. Apenas ha probado bocado y tan sólo toma te y frutas. Son las diez de la noche y no siente sueño. Ling, la dueña de la casa y que hace las veces de asistenta, le invita amablemente a sentarse con ella. Los dos hablan del acontecimiento ocurrido. Ella trata de serenarle y de que no pierda la esperanza. Hacia las once se despiden y cada uno va a su habitación con deseo de entregarse al sueño. Este se resiste dentro de la persona de Philippe, hasta que pasado un tiempo prolongado pierde la noción y duerme exhausto. Sin embargo, dos horas más tarde, unos golpes en la puerta lo sobresaltan. A continuación escucha la voz de Ling.
-      ¡Señor Philippe! ¡Levántese, por favor, que preguntan por Ud!
Efectivamente, se viste a toda prisa y baja. Hay dos guardias rojos que, para su asombro, se cuadran ante él y lo saludan.
-      Sentimos interrumpir su sueño, señor, pero tenemos órdenes del general Zhu De para que comparezca con la mayor celeridad.
Montan los tres dentro de un vehículo y se dirigen ante la comisaría del ala comunista. Una vez allí, se introducen hasta la sala donde les aguarda un militar de unos 35 años, corpulento, de rasgos endurecidos y mirada semicerrada que sonríe socarronamente.
-      Chu Li me ha comentado que su padre se halla en prisión en Wuhan, y parece ser que ha habido un malentendido, porque Udes. sólo pretenden fabricar pan ¿no es así?
-      Efectivamente, señor. Somos ajenos al contencioso que se vive aquí en China.
-      Entonces, si es excarcelado ¿no tendrán impedimento para marcharse de aquí para no volver?
-      ¡Por supuesto que no! ¿Van a liberarlo?
- Lo haremos esta mañana. Mis hombres le acompañarán hasta la ciudad, pero esta misma tarde tomarán el barco que les llevará fuera de China ¿me ha comprendido?
- Claro –responde Philippe un tanto sorprendido por la prisa de su interlocutor. ¿Puedo al menos disponer de una hora para recoger mi equipaje?
-Sólo una. Que tengan un feliz regreso.
A modo de despedida le muestra la puerta para luego entregarse a sus papeles.
 Salen. Luego todo es una sucesión tal como ha sido planteada en la oficina. Recoge el equipaje, se despide de la casera a quien promete escribir. El coche lo conduce nuevamente hasta la ciudad de Wuhan y de allí directamente ante la prisión. Espera en una sala hasta que aparece su padre, demacrado, con marcadas ojeras pero con una sonrisa que expresa la mayor alegría y emoción. Encuentro entrañable y abrazo interminable. Comen en una posada humilde y dos horas más tarde los dos guardias, que no se han separado de ellos, los acompañan al puerto con los pasajes. Se introducen en el barco hasta que la sirena da la señal de partida. Philippe murmura: “Adios, China. Adios, Chu Li. Muchas gracias por todo. ¿Cómo lo has hecho?.

Ya en Francia, padre e hijo retoman su vida. La panadería es su mundo y parece que el recuerdo de la prisión se restaña. Pero no es así en cuanto la memoria de Philippe le devuelve los negros ojos, las palabras apasionadas de Chu Li y finalmente su mirada derrotada en el momento de tomar la drástica decisión. Realmente, le debe mucho a esta chica. Pero hay algo más, algo que no puede borrar. Su imagen no se empaña, como debiera suceder, teniendo en cuenta la enorme distancia y lo culturalmente opuestos que son. Ya escribió a la señora Ling, pero no ha tenido respuesta. Han pasado diez meses.
Pero hoy si, hoy el cartero ha depositado una carta con matasellos chino. Es Ling. Abre inmediatamente la carta y lee:
“Estimado Sr. Philippe: me alegra mucho que su padre y Ud. se encuentren bien y hayan recuperado la normalidad y placer de un trabajo tan hermoso como debe ser el suyo. No pueden imaginarse la suerte que tienen de disfrutar del bienestar de poder ganarse la vida sin las agitaciones que padecemos aquí en China, sufriendo mil precariedades y una desconfianza sin límite por parte de ambos bandos e incluso por parte de nuestros propios vecinos. Me pregunta por la señorita Chu Li y tengo que contestarle que la desafortunada, cuando sus padres supieron de su embarazo la echaron de casa y ha estado sirviendo en casa de un dignatario de la ciudad. Dicen que se  vio al general Zhu De frecuentándola al poco de irse Ud., pero cuando éste supo que esperaba un hijo pidió traslado a otra región y ya no quiso saber de ella. El miserable pronto la olvidó para ir tras jovencitas de físico agraciado. Chu li ha sido madre de un hermoso niño de rasgos semejantes a ella y muy sano. Conozco a la familia a quien sirve y puedo asegurar que es discreta y bondadosa. ¿Desea algún recado para esta joven? Creo que estaría encantada de tener alguna noticia sobre Ud, pues pocas alegrías conoce, fuera del niño al que quiere con locura.
Espero su carta hasta una próxima ocasión. Suya: Ling.”
Philippe lee y relee la carta de Ling. No sale de su perplejidad imaginando la desventura y al mismo tiempo la ventura de la pobre Chu Li. ¡Y pensar que todo lo acontecido ha sido debido a la salvación de su padre y la de él! Pero sobre todo porque no ha podido desarraigar su pensamiento ni el  sentimiento que lleva dentro de él. La quiere. La quiere, si. ¿Cómo es posible? Pues lo es. Ni la distancia, ni la cultura, ni el bienestar que ahora goza en su París natal, con sus masas, panes, bollerías y un entorno afable de clientela de barrio han podido desechar ni olvidar esa carita redonda con esos ojos penetrantes y cautivadores. Sí, es preciso responder a la gentil Ling. Y lo hace así:
“Muchas gracias, encantadora Ling. Sólo voy a decirle a Ud. y quiero que así lo transmita a Chu Li lo que sigue: Volveré; y lo haré cuanto antes”. Philippe.

Y, efectivamente. Al cabo de seis meses, Philippe regresó.  Pero antes, visitó la embajada china en París afirmando que el hijo de Chu Li era suyo, y que pensaba contraer matrimonio con la madre. En dicha embajada le respondieron que, de estar de acuerdo la madre no era obstáculo celebrar dicho matrimonio. Por lo tanto, obtendría un visado de un mes para viajar a China. Así lo hizo, y se personó en casa de Ling, quien lo recibió alborozada. Más tarde le condujo a la morada donde Chu Li trabajaba. Entraron y allí estaban la madre y el niño- Cuando ésta lo vió se quedó muda ante la sorpresa. Philippe la tomó suavemente de la mano y le dijo:
-      Es un niño francamente hermoso. He venido porque deseo casarme contigo. He alegado que el niño es mío. Lo haríamos por el rito chino, y dentro de un mes por el rito cristiano-católico, que es el mío. Dispongo de un mes. ¿Qué respondes?
Chu Li queda estupefacta. Finalmente dice:
-      Sr. Philippe, estoy sumamente confundida. Su propuesta es muy generosa, pero apenas le conozco, y me apenaría mucho abandonar mi tierra…
-      Aunque vinierais a Francia, conservaríais la nacionalidad china. Viviríamos en París y yo te enseñaría el oficio de la panadería. Es cierto que nos conocemos muy poco, pero a mí me ha bastado esta corta pero singular experiencia contigo para asegurarte que si me aceptas seré un hombre feliz y prometo hacer cuanto sea necesario para que tú también lo seas. Además, vendremos a este lugar todos los años.
Chu Li. Sonríe y toda su carita se ilumina. Philippe la besa suavemente.
Y así sucede. Se casan por el rito chino, y al mes siguiente, al regreso,  Philippe muestra a la nueva esposa cual es su nuevo hogar y la  vida que le espera. Celebran asimismo la boda cristiana, con gran regocijo del padre de Philippe, quien no cesa de alabar a la nueva hija y queda entusiasmado con el retoño chino.
Chu Li queda nuevamente embarazada. Será una niña. Con un cutis claro, rubia y de ojos tan azules como los de su padre.
Y así, de año en año se les ve a los cuatro emprender viaje rumbo a China. Llegan cada víspera del Año Nuevo Chino a casa de Ling, quien les aguarda como una madre. Sí, porque, en una fiesta tan especial, sobre todo los dos niños, disfrutan sobremanera montando en un carro atiborrado de paja y encima de ésta van depositadas  varias cestas con panes para llevarlas como presentes a la plaza mayor del pueblo y repartirlos a todos los lugareños. Con este gesto se rememora el primer encuentro y el motivo que unió a Philippe y a Chu Li con la paloma, porque cada pan esconde un mensaje de paz y felicidad, la que ahora goza nuestra pareja.
(Esta es la foto que muestra el mes de marzo la fotografía de Taberna)
FIN

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