Dukes 92
Odio la lluvia y en Mánchester no llueve, pero el agua te cala los huesos si no aprovechas para hacer lo que tienes que hacer y ponerte a cubierto. Tardarán un buen rato en encontrarlo, a nadie le gusta mojarse y menos a la guardia costera en invierno. Voy al Dukes 92, está bien, somos todos buena gente los que paramos allí, además desde aquí podré verlos llegar...
Al entrar al
Dukes 92 siento un pinchazo en el pecho. Me ahoga, no puedo respirar del todo
bien. Puede que sea la ansiedad, la ansiedad que me produce asesinar. Pero es
mi oficio. Vivo de esto y no me va del todo mal.
Pasados cinco
minutos, vuelvo a sentirme bien. Pido un whisky solo y me dispongo a esperar la
llegada de la chusma....
Ya llevo un rato
aquí y no viene nadie.
La ansiedad ha
desaparecido con el segundo whisky y empiezo a sentir satisfacción por el
trabajo bien hecho, aunque esta vez no haya sido el primero en disparar.
«Me estoy haciendo mayor», pienso, mientras pido
otro whisky. Miró por la ventana. La lluvia sigue cayendo, imagino su sonido
monótono. Dentro del Pub la misma música de siempre marca también una rutina.
Está tranquilo
hoy el Dukes 92. Apenas media docena de personas. Todas conocidas.
¿Todas? No registro una silueta oculta en la oscuridad del fondo...
¿Todas? No registro una silueta oculta en la oscuridad del fondo...
Joder pero si
es aquella puta, la que trabaja en el club Lanstrom. Estuve un par de veces con
ella. La muy zorra me robo la cartera.
Sí, lo
confieso: celebro cada asesinato con un polvo en el Lanstrom. Las putas me
tienen miedo, lo puedo ver en sus ojos cuando me las estoy tirando. Supongo que
perciben en mi piel el aroma metálico de la sangre recién derramada.
A estas horas
el cadáver ya habrá pasado el puerto de Liverpool y estará flotando en el mar
de Irlanda. Y yo aún no lo he festejado como es debido. Aunque, con un poco de
suerte, me podré ahorrar la visita al Lanstrom.
En cinco
zancadas me planto frente a ella. Aprovecho su desconcierto para atacar
primero:
—Bonitos
pendientes. ¿También los has robado?
—¿Robar yo?
Sólo cojo lo que me corresponde de gente que no se lo merece...
—Hueles bien,
tienes buen gusto. Eso es bueno.
—Tú hueles
raro, me recuerdas a algo pero no sé a qué. ¿Qué buscas hablando conmigo? No
creo que sea tu tipo, vistes demasiado bien.
—Vaya, además
eres observadora. Creo que te has ganado un buen polvo esta noche...
—Ni lo sueñes.
Los tíos como tú me dejan mal sabor de boca, y no lo digo por lo que tienes
allí abajo..., que igual no vale una mierda. No sé por qué pierdo el tiempo.
Que te den, búscate una puta, que seguro puedes pagarla.
—Claro, soy
uno más. Del Lanstrom, ¿no te acuerdas? —Kate le mira de arriba abajo como si
fuera un extraterrestre, cambio de estrategia—, oye, lo siento. Creo que empecé
mal contigo. ¿Te hace una copa? Sólo una, y luego si te parece que te voy a
dejar mal gusto en la boca, o lo que sea, te largas...
Kate, sin
mirarlo, cogió el abrigo y lo dejó en uno de los sofás con mesa redonda cerca
de la ventana que da al canal. Vio que había un vaso de whisky en la mesa.
—Otro escocés,
el mío con hielo.
*
* *
Un agente de
la Scotland Yard, con la gabardina mojada por la lluvia, da vueltas alrededor
del barco frente al Dukes 92, repasa el canal y los alrededores unos minutos y
luego entra en el local.
Reparo en él
nada más entrar. Su mirada se topa con la mía y en un leve instante me doy
cuenta de que sospecha de mí.
Escribo mi
número de teléfono en una servilleta y se lo meto a Kate en el abrigo, cojo el
mío y me largo de allí.
Camino rápido
hasta la silga donde vivo. Vuelvo a acariciar suavemente la pistola para
asegurarme de que sigue ahí, en mi cadera. Al intentar abrir la puerta de mi
habitación veo una nota colgando del pomo:
“Al igual que la brisa me lleva, tu corazón
me espera. Pásate por el paseo marítimo a eso de las diez.
.-Parka”.
“¿Parka?,
¿Quién diablos es Parka?”, me pregunto.
Entro
nervioso, deseando darme una ducha. Rompo la nota en pedazos. Lo tiene jodido
ese tal Parka si piensa que voy a acudir al lugar.
Voy directo al
baño. Sí, una ducha me calmará y me ayudará a pensar con claridad. No puedo
olvidar los ojos del madero que ha entrado en el bar, no lo dijo y aún así no
tengo dudas de que era un madero.
Sabía algo,
seguro que sabía algo, pero ¿qué?...
¿Y quién era?,
puto madero. ¿Me ha seguido? Decididamente me estoy haciendo mayor.
Y la nota, esa
nota una y otra vez en mi cabeza. Son muchas cosas, muchas cosas a tener en
cuenta y poca agilidad en mi mente. Estoy lento, algo no va bien.
Voy al salón y
me sirvo un whisky, otro más. Ya he perdido la cuenta de los que llevo hoy.
Y todavía es
temprano.
Toc. Toc. Toc.
Suena la
puerta, ¿Parka? ¿El madero?
*
* *
—Ey, ¿cowboy,
estás ahí?
No hay mirilla
en la puerta, la tentación es muy fuerte. Estoy perdiendo mis propios códigos,
la tentación de ver si es esa puta es insoportable, no debería, no debería pero
era una voz de mujer, no tengo dudas, es la puta... Abro la puerta.
El hijo de
puta del madero tiene a la puta sujeta por el brazo y me apunta con una
pistola. Ha encontrado el papelito, ha preguntado y ha seguido el rastro.
Malditos sabuesos, les pagan una mierda y aún así son capaces de encontrar a
los malos, o lo que ellos creen que son los malos, porque ese idiota de
gabardina oscura no tiene ni puñetera idea de lo que soy capáz.
—Cowboy, eres
demasiado gilipollas para ser un tío duro, como dice esta puta...
—Oye, un
respeto.
—Lo siento
chica, pero hay que aceptar lo que uno es —le digo sin más a la perra que
parece disfrutar cómo le retuercen el brazo, se lo merece, pienso, mientras
oteo el pasillo y le hago señas al madero para que entre con la puta.
—Serás hijo de
puta —me responde. Desagradecida, pienso. Si hubieras aceptado mi propuesta y
este madero no hubiera aparecido.
—¡Calla zorra!
—suelta el idiota de la gabardina mojada y la lanza contra una de las almohadas
que adorna mi cama. —Tú, cowboy, no hagas nada estúpido, mi compañero está
abajo oyéndolo todo y yo tengo el dedo en el gatillo...
—Eres idiota,
madero. ¿Qué buscas?
—A ti. ¿Por
qué dejas tu teléfono en el abrigo de esta puta y te largas de la escena de un
crímen?
—¿Escena de
qué? Oye, sargento, Kate y yo nos conocimos y por eso tenía mi teléfono. ¿Qué
le has dicho?
—Eso mismo,
eso... —espeta la puta. Entonces no ha sido, ella, todo es una gilipollez del
madero...
—A mí no me
engañas. Llevamos tiempo siguiendo a tu gente, llevamos tiempo siguiéndote —¿mi
gente? ¿siguiéndome? Este tío no tiene ni puta idea...
Le dejo
hablar. Me confunde con un retardado que tiene una banda, al parecer se reunen
en el Dukes 92, vaya suerte la mía: un grupo de idiotas con un líder que se
parece a mí y un madero que cree haber encontrado a los idiotas gracias a mi
puta...
—Y soy
inspector, ¿vale? Inspector Hornimmans, Ethan Hornimmans.
(Relato conjunto Pamplona Escribe)
Arantxa Murugarren
Josemi Maruri
Kela Corrales
Maite Zazpe
Per Gaztelu