Aquel día estaba la orilla del rio cubierta de nieve. Un pescador se concentraba en las ondas que veía en la superficie del agua cuando, de pronto, notó cómo la tensión del hilo llegaba hasta la
caña , la punta se doblaba con fuerza y el corcho
se movía de un lado a otro con fuertes envestidas. Podría jurar que en ese
momento ya supo qué era lo que había pescado pero desechó la corazonada ,
recogió carrete y sacó una bonita carpa con una mancha azul en el lomo.
_¿Tu otra vez? Te he pescado ya por lo
menos tres veces en cada estación. ¿Es que no aprendes?
_ Ya lo creo que he aprendido! He visto un
paisaje nuevo cada vez que me sacabas del agua y he vivido para contarlo a los
demás peces que habitan el fondo del río.
_Eres tonta. Te arriesgaste a morir.
_Si no me hubiese arriesgado, habría
muerto sin aprender nada. ¿De que habría servido entonces mi vida? Me parece
que eres tu el que tiene que aprender hoy,
que has necesitado verme doce veces para preguntarte por qué.
Vaya anécdota sincera y positiva nos deja la carpa parlanchina. Me ha gustado mucho el aire de frescura que destila este micro, muchas gracias por publicarlo Susana.
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