No entiendo que ha pasado. El recipiente
está vacío pero aún noto el sabor en los labios. Hay una cuchara en mi mano,
limpia, cómo si nunca hubiese llegado a hundirse en la blancura que reposaba
allí hace un segundo, como si nunca se hubiese llenado de ella.
No se en que momento llegó a invadir mi
boca de frescura y tampoco recuerdo cuando se fue dejando una estela
inconfundible ácida y dulce al mismo tiempo reposando en cada papila. La mano
sigue guiando con mimo y precisión el recorrido de la cuchara hasta acercar el
contenido a unos labios habidos , de sentir, de abarcar y succionar, de hacerlo suyo, de capturar en su interior
la niñez perdida, cuando unos labios diminutos descubrieron por primera vez
¡Cuánto me gusta el yogur!
Tantas ganas que se pasó volando, muy bueno!!
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