sábado, 31 de enero de 2015

¡Cuánto me gusta el yogur!


No entiendo que ha pasado. El recipiente está vacío pero aún noto el sabor en los labios. Hay una cuchara en mi mano, limpia, cómo si nunca hubiese llegado a hundirse en la blancura que reposaba allí hace un segundo, como si nunca se hubiese llenado de ella.
No se en que momento llegó a invadir mi boca de frescura y tampoco recuerdo cuando se fue dejando una estela inconfundible ácida y dulce al mismo tiempo reposando en cada papila. La mano sigue guiando con mimo y precisión el recorrido de la cuchara hasta acercar el contenido a unos labios habidos , de sentir, de abarcar y succionar, de hacerlo suyo, de capturar en su interior la niñez perdida, cuando unos labios diminutos descubrieron por primera vez ¡Cuánto me gusta el yogur!

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