domingo, 1 de marzo de 2015

EL CAZADOR

                                                     
                                                  

Sabía que estaba todo perdido, pero lucharía hasta el final. No le iba a ser fácil reducirla: mordía, arañaba, pateaba, cualquier cosa que pudiera hacerle daño. Él furioso le rompía la ropa, la arrastró por el suelo, le mordió un pecho, estaba fuera de sí, su presa no era tan mansa como parecía. La acechó, desde que la vio en el autobús, morena, con media melena, no muy alta algo gordita y con cara de estar cansada. Así era, después de toda una jornada, solo tenía ganas de llegar a casa, ponerse cómoda y dormir. Esta semana el turno era de noche, apilando paquetes en el almacén, salía a las seis de mañana y en invierno, era noche cerrada.

No era miedosa, el autobús le dejaba cerca de casa, nunca pensó que alguien se fijaría en ella, era una chica normal de veintidós años. Pero se equivocaba, hacía días que su cazador la seguía, comprobando su ruta y en cuanto tuvo oportunidad... ¡zas! La cazó.

Olga, bajo del autobús, cruzó la plaza, al llegar al ambulatorio abandonado él salió y la agarró, la arrastró, paralizada por la sorpresa no opuso resistencia.

Todo estaba en penumbra, ella conocía el edificio, cerrado hacia unos años, no tenía uso. Cuando sintió las manos que le arrancaban  la ropa, Olga supo lo que le iba a pasar, el resultado para ella no sería bueno y decidió luchar por su vida.


Aquel hijo de puta no lo tendría fácil para conseguir algo de ella, tuvo la sangre fría de pensar: tenía que arañarlo, morderlo, procurar que el ADN de él quedara en su cuerpo, si no salía viva, que quedaran rastros de él.

Donde estaban nadie la oiría, aunque cerca de casas habitadas, el edificio era como una isla en la plaza y a esas horas nadie pasaba por allí.

Podía sentir el aroma del perfume, era un hombre limpio, recién afeitado, la piel de su cara y sus manos era suave, seguramente un buen padre o un buen hijo.

Ahora era un monstruo, que enloquecido apretaba con sus manos el cuello de Olga. Ésta, poco a poco dejaba de luchar, el aire no entraba en sus pulmones, era una bendición ya no sentiría más como ultrajaba su cuerpo.

Saciado, el cazador miró el cuerpo de Olga, la agarró por el pelo y la llevó al fondo del edificio, así tardarían más en encontrarla. Salió, empujó la puerta y se dirigió hacia su coche, aparcado unas calles más allá. Llegó a su casa, fue al baño, se duchó, tenía arañazos en el pecho, un mordisco en la mano y un golpe en un ojo, desnudo se miró en el espejo, que bien se sentía, había conseguido acabar con la fierecilla.

Feliz, se puso el pijama y se acostó.

Pasaron varios días, en los periódicos dieron la noticia de la desaparición. Todo eran comentarios, pero nadie podía adivinar que Olga estaba a pocos metros de su casa.

Los padres pidieron que si alguien sabía algo lo dijera, pero nada.

El cazador volvió varias noches más a visitar a Olga. Se sentía poderoso, todos la buscaban pero solo él sabía dónde buscar.

Volvió a casa, su madre estaba viendo las noticias.
Esta cría… ¿dónde estará? – le comentó la madre.
Él contestó: - Igual se ha ido con algún noviete, aparecerá cualquier día.

Hacia un mes que Olga había desaparecido, ya no estaba en las noticias, en el barrio aún se comentaba su desaparición, nadie se lo explicaba.

Todo el mundo esperaba un día de sol para poder salir. El primer día soleado del invierno, la plaza estaba llena, madres con críos, gente en la terraza de la cafetería…

A alguien le llamó la atención que la puerta del viejo ambulatorio estuviera rota, y entró a curiosear. Estaban los muebles, no estaba muy sucio. Miró los despachos, aquellos aún con una limpieza se podían utilizar. Llegó al último, era el único que tenía la puerta cerrada, averiguaría qué guardaban allí. Empujó la puerta… ¡uff! El olor era nauseabundo, aun así, entró. En un rincón unos cartones tapaban algo, les dio un empujón… debajo de ellos salió un pie. Ya no quiso ver más, salió gritando: -¡Está aquí! ¡Está aquí!

Aquello se llenó de policías, periodistas y curiosos, la noticia se extendió como la pólvora.

Su madre bajó, desesperada. Al primer policía que vio, le preguntó: -¿Es mi hija?
El hombre la miró y con dulzura le contestó: - Aún no se sabe. 

Ella gritaba: -¡Quiero verla! ¡Dejadme verla!
Varias vecinas la abrazaron, querían apoyarla, que no se sintiera sola.

Salió un policía que llevaba un abrigo en las manos, cuando la madre lo vio, gritó: -¡Es el de mi hija! Es ella…

Llorando se dejó caer al suelo, lo que temía desde que desapareció se había cumplido.
La tenía tan cerca y no la había sentido.

Entre los curiosos, el cazador disfrutaba, todo aquello lo provocaba él, sin él nadie de aquellos estaría allí. Se sentía poderoso, él podía disponer de la vida de cualquiera.

La temporada de caza está por empezar.
El cazador va de ojeo, busca otra pieza que añadir a su macabra colección.  

2 comentarios:

  1. El relato engancha hasta el final. Sugerencia, desde mi ignorancia: un final inesperado.

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  2. Muy bueno!! Es verdad, el final es predecible, pero no pasa nada... da para una secuencia de varios relatos del salinas cazador!!! Sangreeee!!!!

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